Por: Francisco Manrique.
A la luz de los últimos acontecimientos que tienen comprometido seriamente el proceso de paz, estoy convencido que el haber enmarcado el proceso únicamente alrededor de las FARC, y no haber aprovechado la oportunidad para enfrentar a la sociedad colombiana con problemas más de fondo, le ha creado a Santos una trampa de la cuál le va costar mucho trabajo salir.
Hoy, la sociedad colombiana vuelve a experimentar el resultado de las acciones demenciales de las FARC contra la infraestructura y las FA. Sus ataques han significado un desastre ecológico, la perdida de mas vidas humanos, y el sufrimiento de miles de personas en las zonas más deprimidas de nuestro país.
También, con estas acciones, quieren evidenciar la incapacidad del Estado, para evitar que ocurran este tipo de atentados. Con muy pocos hombres, armados con unos tacos de dinamita, son capaces de poner en jaque a muchas regiones de nuestra geografía. Para la prueba un botón: más de 150.000 personas en Tumaco, fueron afectadas por la explosión de un oleoducto y el derrame de 10.000 barriles que los dejó sin agua potable. Y de paso, contaminaron de manera irreparable, ríos, quebradas y la zona costera de esa localidad al sur del país..
Ahora, para recordarnos que nadie está a salvo de sus ataques, que hoy afectan a las zonas rurales y más marginadas del pais, han resuelto aumentar la presión y demostrarle a la población urbana que la guerra es de todos. Como consecuencia de su lógica perversa, todo vale para justificar “su pelea contra el Establecimiento”. Esto explica la estrategia cobarde de utilizar artefactos explosivos para sembrar el terror en Bogotá. Saben que es aquí donde sus actos tienen la mayor resonancia nacional e internacional, y con el mínimo de riesgo. Por lo tanto, no nos extrañemos que estos actos se sigan repitiendo hacia adelante.
Con esta estrategia, que nos recuerda la época de Pablo Escobar a finales de los 80, buscan que la población urbana sienta en carne propia el conflicto, y también presionar a Santos a acceder a su exigencias. Con muy poco riesgo, saben que sus acciones terroristas, pueden crear gran pánico y dar la imagen de que el país regresó a los años negros a finales del los 90 cuando las FARC lograron golpear muy duro al Estado.
Con la combinación de ataques contra la infraestructura y el terrorismo urbano de estas ultimas semanas, pienso que buscan demostrarle al país el contraste con los meses en que unilateralmente suspendieron sus ataques y donde bajaron notablemente sus atentados. De esta manera, quieren presionar para que se acepte el cese bilateral del fuego y todas las operaciones militares en el territorio nacional, y de paso, que se valore el gesto que tuvieron de su parte. Pretenden demostrar el costo que tiene para el Gobierno y la sociedad, si no se aceptan sus pretensiones. Además, lo ven como algo legítimo dentro del acuerdo de negociar en medio de la guerra.
Uribe y sus seguidores, deben de estar frotándose las manos con lo que está pasando y pensando: “nosotros se los dijimos y no nos creyeron: con las FARC no se puede negociar, la única alternativa es acabarlos con el uso de la fuerza”. El problema de esa postura, es que tuvieron ocho años para hacerlo y tampoco pudieron exterminarlos o someterlos; si bien los debilitaron, al punto de tenerlos hoy sentados en la Habana.
A la luz de todo lo anterior, y las dinámicas que hoy observamos, es necesario entender el interesante momento que vive Colombia: buscar una salida negociada con un futuro de esperanza diferente, o continuar con el desangre de una guerra sin fin y sin futuro. La fuerza que gane la partida, determinará el camino que va a seguir la sociedad colombiana ante esta bifurcación histórica, que hoy se nos ofrece.
Las acciones terroristas, cometidas por unos grupos muy reducidos de estos delincuentes, nos recuerdan que el Estado no ha podido acabar por la fuerza, con la guerrilla de las FARC y el ELN, después de tratar de hacerlo por más de cincuenta años, y a pesar de haberlos golpeado duramente, como ya lo comenté. Y también, nos deberían recordar el porque están sentados en la Habana con el Gobierno Nacional, que tomó valientemente la decisión de reconocer esta realidad. Había sido más fácil seguir con la lógica de Uribe, a pesar de que los resultados mostraban un deterioro decreciente que cuestionaba la sostenibilidad y efectividad de su estrategias de la Seguridad Democrática, para acabar con estos grupos armados.
Santos entendió que era menos costoso tratar de llegar a un acuerdo que seguir por donde íbamos. Era necesario buscar otro camino para terminar esta barbarie que ha ocasionado inmensos daños a la sociedad, en términos del desbarajuste institucional que hoy tenemos, los cientos de miles de muertos que se han producido, y el desplazamientos de millones de personas en las zonas más marginadas y vulnerables de nuestro país.
Como consecuencia de los golpes que han dado las FARC en estas ultimas semanas, como lo demuestran las encuestas, la credibilidad de Santos se encuentra hoy en el momento más bajo del proceso, que ya tiene mas de tres años de desarrollo. Y sus contrincantes, con su torpe estrategia terrorista, están haciendo todo lo posible para quitarle el poco oxigeno que le queda, para sostener la apuesta con la cual salió reelegido hace un año.
Con sus acciones terroristas, las FARC están logrando que, la marea que acompañó a Santos hace 12 meses, se esté moviendo en la dirección contraria. Un acuerdo en esas condiciones seria muy débil, tendría una muy baja legitimidad y posibilidad de ser refrendado por los colombianos. En otras palabras: una paz pegada con babas.
Sin amargo, lo que está sucediendo no debería sorprender a nadie ya que es el resultado de la lógica de negociar en medio del conflicto, Esta fue la decisión que tomaron las partes al iniciar el proceso de negociación en la Habana, posiblemente motivada por la fallida experiencia del Caguán, a finales de los 90. Pero también, porque posiblemente el Gobierno, pensando ingenuamente con el deseo, le apostó a un camino que veían sostenible bajo un escenario de negociación, que se terminaba en solo 12 meses a finales del 2013.
La verdad es que hoy se percibe que Santos está metido en una trampa de la cual no se ve claro cómo va a salir adelante. El proceso de un año de negociar en medio del conflicto va para tres años y medio sin unos resultados contundentes. Llevan más de un año, sin que se hayan producido unos acuerdos relevantes que muestren que hay luz al final del túnel. Mientras tanto, la oposición comandada por Uribe, y quienes se lucran más del estatus quo de un conflicto degradado hasta los tuétanos, ha seguido su marcha. Cada ataque de las FARC les da mas municiones para justificar su oposición al proceso.
El problema de la decisión de negociar en medio del conflicto, es que no puede ser indefinida. La población colombiana cada vez la entiende menos, máxime cuando no ha venido acompañada de una pedagogía, que le permita entender las consecuencias de la misma. La interpretación de la realidad, por parte de una masa creciente de personas, es la debilidad de Santos y su equipo negociador. Por esta razón, el péndulo se puede mover cada vez más rápido hacia el otro extremo del espectro ideológico, donde se atrinchera la ultra derecha de este país.
La trampa se está cerrando y está poniendo cada vez más en evidencia que la premisa de una negociación rápida, que podía sostener el negociar en medio del conflicto, fue equivocada. A este ingrediente, se le suma la falta de pedagogía y liderazgo de Santos y su equipo para conducir el proceso. La sumatoria de estas dos equivocaciones explica en mi concepto el porqué la paz no ha calado en la mayoría de la población urbana, y el sentimiento de desesperación de parte de los asesores, por encontrar fórmulas para llegarle a la gente.
Para mi es claro que el tiempo se ha convertido en el mayor obstáculo que tiene el Presidente, porque no preparó a la sociedad colombiana para un proceso largo, desgastante y lleno de sorpresas sangrientas como las de las últimas semanas. Tampoco, nos preparó para que entendiéramos que somos corresponsables de lo que ha pasado, por acción , omisión o indiferencia.
Se nos mal vendió la idea de algo que se haría rápidamente y sin un costo mayor, y por todo lo anterior, estamos pagando las consecuencias. Y para rematar, cambio el entorno económico y el margen de maniobra del Gobierno se redujo aún más, con la caída de los precios del petróleo.
Lo más grave que está sucediendo es que todos los focos están puestos sobre Santos y su equipo, violando uno de los principios más importantes en el ejercicio de liderazgo: no volverse el pararrayos del problema. Y en el proceso, dejar que se vea el tema desde la barrera como en una corrida de toros. No se ha entendido que los actores principales del espectáculo no son sólo Santos ni las FARC, sino todos los colombianos.
Después de este análisis, cabe la pregunta de si el proceso de la Habana tiene algún futuro. También, si es posible que Santos y su equipo, sean capaces de darle un giro para encontrar caminos innovadores para mover el proceso y recuperar la confianza de muchos que hoy se ven regresando, en el túnel de la historia, a las épocas del Caguán.
Yo soy de las personas, que por más de tres años he venido insistiendo y escribiendo, que la Habana es posible, sólo si se ve como un excelente pretexto para confrontarnos como sociedad y para retarnos a construir una nueva narrativa para Colombia que inspire a sus habitantes. He insistido que es necesario re-enmarcar el problema. En unos próximos Posts trataré de profundizar sobre esta propuesta. Pienso que el vaso está medio lleno y no medio vacío, y creo que hay mucha gente dispuesta a aceptar esta invitación, para el cual se va a requerir mucho mas liderazgo colectivo.
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