Reflexiones acerca de la reactivación forestal

Por: Rodrigo Arce Rojas

Frente la reactivación del sector forestal encontramos dos orientaciones: i) Reactivación entendida como regresar a la “normalidad”, ii) Reactivación en términos de una “nueva normalidad”. Aclaremos primero qué estamos entendiendo por cada uno de los términos.

Regresar a la normalidad estaría implicando que antes de la pandemia ya teníamos un sistema organizado que estaba funcionando y bien lo único que faltaría es que se liberen las restricciones para volver hacer posible que la actividad forestal pueda seguir contribuyendo al desarrollo económico forestal y por tanto al desarrollo nacional.

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Parque Capitano. North Vancouver, BC, Canadá. Foto: PCNPost, julio 13, 2016.

Reactivación en términos de una “nueva normalidad” implica reconocer que el sistema forestal ha tenido dificultades y que es necesaria recrearlo o transformarlo de cara a los retos que los procesos de reflexión global han identificado respecto a nuestra relación con la naturaleza y los bosques.

Para identificar qué tipo de normalidad aspiramos (la ya conocida o la nueva por crear) tenemos que aclarar bien de qué objetivos estamos hablando. Eso es crucial porque tiene que ver con la efectividad de nuestra posición. Significa entonces reconocer nuestro marco ontológico, epistemológico, institucional y discursivo con el que hemos llegado hasta antes que inicie la pandemia y analizar cómo esos marcos han influenciado en nuestro accionar forestal.

Desde el marco ontológico la posición que ha primado hasta ahora nuestra concepción dominante es que el ser humano está totalmente separado de la naturaleza y de los bosques. Esta cosmovisión ha influenciado para que tratemos a los bosques como recursos, como capital natural, como productos (o incluso servicios) o como cosas que pueden y deben ser aprovechados (explotados para otros) en beneficio del interés humano. Podemos reconocer entonces que esta forma de relacionarse con los bosques obedece a una concepción fundamentalmente antropocéntrica.

El marco ontológico a su vez ha influenciado en el marco epistémico y nuestro conocimiento está en función a qué tanto conocemos al bosque para manejarlo, para dominarlo y ponerlo a nuestro servicio para satisfacción de las necesidades humanas. En este marco nuestro conocimiento se traduce en tratar a los bosques como recursos forestales, bienes y servicios, productos forestales maderables o no maderables, entre otras formas discursivas.

El marco ontológico y el marco epistémico han influenciado en el marco institucional y por tanto nos hemos construido instituciones y normas que simplemente se ajustan a esos esquemas paradigmáticos. En este esquema de mutuas interinfluencias hemos creado nuestra economía forestal y por tanto las palabras estrellas que empleamos son: producción, productividad y competitividad y eso nos parece muy normal, y los consideramos absolutamente necesarios. De todo esto se desprende que la reactivación forestal para regresar a la normalidad se inscribe en esta lógica de actuación. Consecuentemente nuestros discursos, narrativas y textos lo único que ponen en evidencia es la forma en que tratamos a los bosques. Pregunta: ¿Es esta la normalidad a la que queremos regresar? Corresponde a los diversos actores de la sociedad revisar cuáles han sido los impactos de esta forma de relacionarnos con los bosques.

Aunque nos hemos inscrito en la lógica del desarrollo sostenible valgan verdades es que adscripción tiene diferentes matices como por ejemplo: desarrollo forestal para el crecimiento económico, para el desarrollo nacional, para contribuir con algunos de los  Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) o para contribuir con la totalidad de los ODS. Lo que se encuentra más frecuentemente es que hablamos del desarrollo forestal para los ODS pero con una alta primacía de la dimensión económica, subordinando así las dimensiones sociales y ambientales. Esto no significa que haya esfuerzos de algunos esquemas de manejo forestal con orientación de sustentabilidad. Son esfuerzos plausibles pero que adolecen del hecho que aún falta mucha ciencia base, métodos, técnicas e instrumentos para que sean realmente sustentables. Además reconocer que el buen manejo forestal no solo depende de la tecnociencia sino también de los marcos institucionales para una gestión forestal efectiva. Por ejemplo los bajos niveles de gobernanza forestal y la alta informalidad existente atentan contra sistemas ordenados de gestión forestal.

En esta dinámica hemos ensayado una diversidad de modelos de desarrollo forestal en la que los ejes centrales han sido el Estado, el mercado, el sector privado, fundamentalmente. Es hora de evaluar autocríticamente qué ha significado tener modelos de desarrollo Estado-céntricos, mercado-céntricos, privado-céntricos. Pero al margen del balance que cada actor pueda realizar (para algunos positivos y para otros negativos) lo que sí es resaltante es el hecho que al privilegiar la dimensión económica y tratar a los bosques como cosas (productos o servicios) hemos tenido una visión muy enfocada en el producto (madera o no madera) y hemos perdido de vista que estamos hablando de bosques naturales tropicales altamente complejos. Eso implica reconocer los bosques como socioecosistemas en los que existen infinitos, múltiples y heterogéneos elementos altamente interrelacionados, interdependientes e interdefinibles. Cualquier intervención puntual que se realice finalmente tiene repercusión en el socioecosistema.

Aunque tenemos el principio de enfoque ecosistémico del manejo forestal en la práctica esto es difícil de apreciar, al igual que tienen dificultades otros temas como la gestión territorial, la gestión de paisajes o el manejo de cuencas que por definición requieren acercamientos desde la perspectiva de los sistemas adaptativos complejos. Es muy difícil que esto pueda ser visto así si la mirada solo está dirigida a un recurso específico, a un sector específico o un actor específico. Esto se complica más en un contexto de administración forestal sectorializada y compartamentalizada que favorece el accionar parcelario antes que integrador y sistémico.

Un ejemplo paradigmático es el caso del shihuahuaco en el que como sabemos ahora producto de las investigaciones realizadas por Arbio sobre las poblaciones del Shihuhuaco (Dipterix micrantha) en la cuenca del Río Las Piedras en Madre de Dios encontró que un individuo demora unos 322 años para alcanzar el diámetro mínimo de corta (que es de 51 cm). Asimismo encontró que el promedio de edad de la población evaluada fue de 684 años y que el árbol más longevo registraba 1327 años (Espinoza, 2020). La pregunta es: ¿Con los actuales sistemas de manejo forestal y consideraciones de administración forestal estamos salvaguardando la conservación del shihuhuaco? La otra pregunta asociada es ¿En qué medida la extracción forestal del shihuhuaco afecta la compleja trama de relaciones del bosque tropical?

Quiere decir entonces que debemos buscar otras opciones para que la actividad forestal sea real, genuina y profundamente sustentable. Se entiende perfectamente las necesidades económicas. Pero éstas nunca deben cubrirse a expensas de la vida humana y no humana. Demasiadas evidencias dan cuenta que negar la vida de los otros (humanos y no humanos) simplemente han sido funestas y hemos terminado por afectar la biocapacidad de la tierra y los bosques. No tenemos planetas alternativos por más optimismo tecnológico que haya. Esto pasa por revisar al enfoque ontológico que separa al ser humano de los bosques y pasar a reconocer la ontología de la continuidad en la que nos reconocemos como parte de la naturaleza ¿En qué momento hemos normalizado el hecho que no somos naturaleza? ¿Qué ha significado el hecho de tratar a los bosques como recursos inertes que deben ser incorporados eficaz y eficientemente al crecimiento económico? ¿Cómo estamos abordando la competitividad? De estas preguntas se desprende la necesidad de explorar otras alternativas como el biodesarrollo en el que el desarrollo, si cabe la expresión, está pensado en términos de la centralidad de la vida en general y no solo desde una perspectiva antropocéntrica y mercadocéntrica.

Una perspectiva de biodesarrollo forestal no niega la intervención sobre los bosques sino que la resignifica. Implica reconocer que los procesos de intervención se realizan en términos de profundo respeto por todas las expresiones de vida, la incorporación de diversas cosmovisiones, la ética forestal, la ética del cuidado. Es decir una relación convivencial basada en la empatía por toda expresión de vida, el mejor conocimiento (tecnocientífico y tradicional) y todo aquello que lleve a una sustentabilidad genuina, profunda y fuerte.  Partir desde el respeto a todas las manifestaciones de la vida no es negar el rol del mercado o del Estado sino de ponerla al servicio de la vida en general del cual formamos parte. Es obvio que bajo esta consideración se toma en cuenta el rol de los actores forestales, los trabajadores forestales. Si las medidas de reactivación del sector forestal significan poner en riesgo y afectar la integridad y la vida de las personas entonces pensaremos que no hemos aprendido lo suficiente.

Las investigaciones están demostrando la estrecha relación de la deforestación con el incremento de pandemias. Los efectos del cambio climático son tan dramáticos como la pandemia pero el hecho que los afectados sean invisibles no ha producido el sentido de urgencia requerido. Está en nuestras manos, en nuestras mentes y conciencias ser actores de transformación.


Referencia:

Espinoza, T. 2020. Presentación de resultados del estudio poblacional del Shihuhuaco (Dipterix micrantha) en la cuenca del Ríos Las Piedras, Madre de Dios. Publicado en el Facebook institucional de Arbio el 22 de abril de 2020.


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