Tiempos de acarreo

Por: Pascual Gaviria Uribe.

Entró por una vía alterna cercana a la pista del aeropuerto Olaya Herrera. Era un camión corriente de cabina amarilla, acostumbrado a cargar cebollas desde Ocaña o papa desde Samacá. Tenía encima un contenedor blanco con pequeño golpe en una de sus esquinas superiores. Solo dos letras negras le concedían al camión y su carga un aire de importancia, un valor más allá de esa apariencia de acarreo corriente: UN.

Me quedé mirando el camión con asombro, nadie entre los pasajeros que caminaban a tomar sus vuelos reparó en el contenedor blanco y las dos letras escuetas. La avalancha de noticias, muertos, negociaciones fallidas, experiencias personales, cháchara política, elecciones, secuestros, ajusticiamientos y discursos que me suscitó la imagen, impidió que sacara el teléfono a tiempo para tomar la foto de ese momento insignificante de un hecho significativo. Una parte de las armas de las Farc pasaban a mi lado camino a la fundición definitiva. Hasta hace poco esa caravana de camiones era una ficción, un anhelo viejo y esquivo. Es seguro que ese mismo camión estuvo parado en un retén guerrillero en Valdivia, San Francisco o Yarumal hace unos años.


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Arcivo. Observador de la ONU revisando las armas entregadas por la guerrilla de las FARC, Buenos Aires, Cauca, Colombia, junio 13, 2017. AFP PHOTO / FARC


Pensé en la paloma de la paz de las épocas de Belisario, pintada en una calle del barrio Santa Fe en Medellín, que sobrevive desde el 26 de agosto de 1984. En la masacre de Segovia en 1988 de la que salvó la alcaldesa de la época Rita Tobón y que dejó 43 muertos. En los tiempos ya lejanos en los que José Obdulio Gaviria era un dirigente de izquierda con el movimiento Firmes. Recordé, por supuesto, las cruentas tomas de las Farc en los noventa -Miraflores, La Uribe, Puerto Príncipe, Patascoy y Mitú- que dejaron cientos de uniformados muertos y una lista de 245 soldados y policías secuestrados, quienes sufrieron durante años el tire y afloje de acuerdos humanitarios, canjes, liberaciones unilaterales y actos de buena voluntad.

Eran los tiempos en los que Fabio Valencia Cossio, como presidente del Congreso, proponía una ley de canje y el presidente Pastrana decía estar listo para apoyar la iniciativa. Años antes, en 1997 durante el gobierno Samper, ya se había dado un canje luego del despeje de más de 13.000 kilómetros por parte del ejército en Caquetá. En ese momento las palabras negociación y conciliación tenían un valor especial.

El camión se parqueó al lado de dos grandes helicópteros que de inmediato recordaban la Operación Jaque y el gran momento de la Seguridad Democrática en los gobiernos sucesivos de Álvaro Uribe. Fue la efervescencia ciudadana frente a los abusos de las Farc y muy seguramente el impulso para que el presidente y sus cercanos pensaran que sin ellos todo era hecatombe. Los triunfos sobre las Farc implicaban también riesgos para el Estado.

Fue imposible no recordar los 27 muertos de El Cartucho el 7 de agosto del 2002, durante la posesión de Uribe, cuando las Farc-Ep mataron a algunos de los integrantes del pueblo más débil de la capital. Cilindros iban y venían.

No hablamos de caletas en manos de la ONU sino de nuevas formas del terror: tatucos contra las cornisas de la Casa de Nariño. Eran los tiempos en los que Uribe, con un mes largo en el gobierno, decía frente a la Asamblea General de Naciones Unidas: “El compromiso de mi gobierno en materia de seguridad no se opone al diálogo. Al contrario, lo desea. Por eso hemos pedido la gestión de buenos oficios de Naciones Unidas…” Ay, otra vez esas dos letras sencillas: UN.

Me quedé mirando al camión por la ventanilla del avión que ya carreteaba. Mucho trabajo y sufrimiento detrás de ese feliz trasteo.


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