Pongan huevos

Por: Pascual Gaviria Uribe.

El 23 de marzo de 1895 se jugó el primer partido de fútbol femenino en Inglaterra. Luego de algunas dificultades para encontrar una cancha los carteles anunciaron el juego en Nightingale Lane, un campo cercano al hipódromo Alexandra Park en Londres.

Fue un divertido y deslucido 8-3 entre las jugadoras del recién fundado British Ladies Football Club. En realidad fue más un entrenamiento a puerta abierta al que asistieron cerca de 10.000 espectadores y al menos redactores de 4 medios para el cubrimiento. Se juntaron dos oncenos con las cerca de 30 jugadoras inscritas en el único equipo existente, uniformes rojo oscuro y blanco y azul marino para las escuadras.

La indumentaria no era un asunto menor. El fútbol no les estaba prohibido pero los códigos de vestuario para las mujeres eran exigentes. Al final jugaron con blusas anchas como un globo, pantalones de pescador rematados por medias altas y una gorra para coronar el dibujo que publicó la revista The Sketch.


fútbol femenino

skeeze / Pixabay


Las crónicas del juego hablaron de las risas en la tribuna, de la precaución y la cautela como regla del juego y de un público que aplaudió de pie a las jugadoras al final del juego. La novedad estaba por encima de la calidad: “Los primeros minutos fueron suficientes para demostrar que el fútbol femenino, si se toma como racero a las damas británicas, está totalmente fuera de juego.

Un futbolista requiere velocidad, juicio, destreza y habilidad. Ninguna de estas cuatro cualidades fue evidente el sábado. En su mayor parte, las damas deambularon sin rumbo por el campo en un trote sin gracia… Las reglas más elementales del juego eran desconocidas, y el árbitro, el señor. C. Squires, sufrió un tiempo eterno”. La mejor de la cancha fue una diminuta delantera que la afición apodó ‘Tommy’ por su parecido a un niño. Pero también hubo un cronista con una visión que fue un poco más allá de los 60 minutos que se jugaron. El Jarrow Express publicó: “Las futbolistas no desaparecerán por una serie de artículos escritos por unos viejos que solo admiran el juego…Si la mujer futbolista muere, morirá peleando”.

La mujer que peleó ese primer partido se llamaba Nattie Honeyball y sus declaraciones a la prensa iban mucho más allá del manido recuento de esfuerzos tras la pelota. Uno años antes en Nueva Zelanda se había aprobado el voto para las mujeres y flotaba un aliento feminista entre algunas mujeres de las élites: “No hay nada falso en la fundación del British Ladies Football Club. Lo hice con la resolución de demostrarle al mundo que las mujeres no somos las criaturas ornamentales e inútiles que los hombres se encargan de fotografiar… Espero con ansias el momento en que las mujeres puedan sentarse en el parlamento y tener voz en la dirección de los asuntos que más les interesan”.

Pronto los diarios dejaron de cubrir los juegos y en 1902 se firmó una moción para prohibir a los equipos masculinos afiliados a la liga inglesa jugar con equipos femeninos. Algunas escritoras de la época repudiaron la práctica de deportes donde no se usan enaguas y el fútbol femenino solo regresó durante las guerras, como evento benéfico, cuando los hombres estaban en los frentes de batalla.

Las jugadoras de clase media no tenían una conciencia de defensa de los derechos de las mujeres y aún faltaba una década para la aparición de Emmeline Pankhurst y su Unión Social y Política de Mujeres en Inglaterra. Las futbolistas fueron pioneras de batallas hasta entonces desconocidas. El balón era solo un pretexto. Las prohibiciones futboleras solo comenzaron a vencerse en los años sesenta y el primer Campeonato Mundial femenino llegaría solo en 1991.

Algo debe decirnos que Noruega y Suecia, dos de los países con mayor igualdad de género en el mundo, sean actuales potencias del fútbol femenino.


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