Milicias y minorías

Por: Pascual Gaviria Uribe. 

Para los exaltados por las utopías y el poder no valen las debacles económicas ni los éxodos multitudinarios. La derrota será siempre una señal de traición y la realidad un maleficio de los adversarios. Las arengas y la paranoia son el principal alimento de esos persistentes soñadores.

La revolución bolivariana, al igual que su acudiente cubana, no se preparó nunca para la derrota. Sus líderes ejercieron la política como una especie de sacerdocio desde la superioridad moral, la voluntad popular y las razones históricas. Es lógico que la única derrota hasta el pasado domingo fuera apenas una “victoria de mierda” para la oposición, y que el gobierno que representa al PSUV haya levantado una “reserva moral de la revolución bolivariana”, el pueblo en armas según los más clásicos. Una reserva que según Nicolás Maduro este año llegó a 500.000 hombres y mujeres armados (un poco más que el ejército formal) para “garantizar la estabilidad de la revolución”.

Con su partido en el poder los milicianos ayudan como voluntarios en desastres naturales, sirven como agentes de aduana, controlan precios en las cajas de los supermercados y, de vez en cuando, los más díscolos hacen proselitismo armado. La pregunta de muchos es qué pasará luego de la derrota del pasado 6 de diciembre, qué papel jugarán las milicias cuando la Asamblea Nacional sea contrapeso a las decisiones del ejecutivo y se pongan en cuestión algunos de los poderes que se ejercían igualando al partido con el Estado ¿Es posible que algunas de esas fuerzas “oficiales” terminen peleando contra lo que perciben como una contrarrevolución?

Ya el chavismo radical está pidiendo la renuncia de Nicolás Maduro por ser un “burócrata ineficiente” e insinuando que la lucha revolucionaria tendrá otros escenarios: “Este modelo de gobierno que se ejecutó durante estos tres años es un fracaso, la alta dirigencia debe decidir si da un giro de 180 grados y salva la patria o se reafirma en su posición y entonces en el pueblo llano nos prepararemos (sic) para la Victoria definitiva del Proceso Revolucionario… pero que no será ya en este gobierno sino quién sabe después de cuántas convulsiones sociales que dejarán duras huellas en esta nación”. Escribe Ronald Muñoz en Aporrea.org y es lógico en una formación heterogénea como el PSUV. Lo difícil es saber si milicianos y chavistas radicales piensan en otras plataformas electorales o en otros medios de lucha. Vale recordar que el Chavismo pasó del desprecio al frenesí electoral, y puede recorrer el camino inverso.

Maduro ya habló de su gobierno “cívico militar” y sus luchas callejeras, y analistas como Luis Vicente León, presidente de Datanálisis, han planteado una especie de disyuntiva entre “negociación o guerra”. Hace poco el periodista norteamericano Jon Lee Anderson dijo que “nunca había visto a un país, sin guerra, tan destruido como Venezuela”. Esperemos que eso no sea una premonición para lo que se viene, porque una cosa es aceptar los resultados electorales y otra la realidad política de tener una oposición dictando buena parte del libreto desde la Asamblea.

El último ingrediente de ese caldo caliente son las Farc, que han tenido a Venezuela como retaguardia militar y ahora podrían ser, al menos algunos de sus miembros, la vanguardia político-militar de un grupo de “idealistas” bolivarianos ¿Desmovilizados en casa y guerreando en el patio ajeno?


 

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