Enemigos de la guerra

Por: Pascual Gaviria Uribe.

Para muchos la guerra es un asunto entre 14.000 guerrilleros enmontados y 500.000 soldados al acecho. Una cuestión de honor entre el Estado legítimo y unos rebeldes que devinieron en terroristas y narcos. Un largo pugilato que no merece siquiera el minuto de respiro que entrega la campana.

Bajo esa óptica obsesionada con la victoria, que privilegia de las víctimas pasadas sobre las futuras, la negociación es todavía algo más sencillo y humillante. El presidente y sus hombres se sientan a la misma altura de los cabecillas y esconden el pasado de 14.000 guerrilleros, traicionan la majestad de la ley, el poder de las armas oficiales y el necesario castigo que impone la razón del derecho penal. Y además, pretenden legitimar a los enemigos, entregarles la posibilidad de hablar a quienes apenas merecen un bozal.

Pero esta guerra tiene protagonistas involuntarios, comenzando por buena parte de los combatientes a quienes alzaron en armas sin muchas preguntas, iban para clases cuando terminaron en la lucha de clases. Además de quienes viven en los municipios donde las guerrillas han hecho su vida armada, familiar y social.

De esta guerra son protagonistas los guerrilleros, la base social que los escuda por simpatía, necesidad, intimidación o vínculos familiares; los habitantes de los municipios que han soportado y enfrentado su arrogancia armada, cerca del 12% de la población colombiana según cálculos de los expertos; y quienes los han combatido con los fierros desde la legalidad y la ilegalidad. Mirar la negociación como juego oculto entre Santos y Timochenko es una simpleza que se alienta desde la caricatura de las ciudades. Desde la dignidad de las capitales se puede terminar imponiendo la guerra en el campo, con una suficiencia sin riesgos propios, con superioridad moral y espíritu combativo desde un atril.

La ONU entregó una lista de 125 municipios donde se debería concentrar el postconflicto. El Cauca tiene 20 de ellos, donde las Farc han hecho presencia por años, donde hay importantes cultivos ilegales de coca y marihuana y los estudios muestran altos índices de Necesidades Básicas Insatisfechas. En dos de ellos, Buenos Aires y Guapi, se presentaron los hechos de guerra más graves antes de la tregua unilateral decretada el 20 de julio de 2015.

Los 11 soldados asesinados en Buenos Aires en abril pasado y el bombardeo de mayo sobre 26 guerrilleros en Guapi. Usted escribe el nombre del cualquiera de esos 20 municipios y solo aparecen noticias de guerra: niña asesinada por tatucos, escuela con 76 cilindros, condena al Estado por la muerte de un campesino, una semana sin luz por la voladura de una torre, ingeniero secuestrado en la vía Panamericana. Para encontrar la noticia de una fiesta popular hay que bucear en las páginas de medios locales o alcaldías.

En muchos de esos pueblos ganaron alcaldes que se han opuesto a las Farc, que han sido amenazados por sus denuncias, indígenas que han señalado los cultivos ilegales, comerciantes cansados de la extorsión, políticos profesionales que se han parado siempre al pie del Estado y sus patrones en el Congreso. En 9 de los 20 municipios señalados por la ONU ganaron candidatos liberales. Solo en Guapi aparecen la UP y el Polo Democrático estuvieron cerca del triunfo. Las Farc deberán llegar a la política sin armas en medio de la desconfianza de las mayorías y la novatada de sus aliados para quienes las urnas fueron siempre una trampa más del régimen. La derrota estruendosa será una de las primeras lecciones.

Así parezca ficción y paradoja, los acuerdos serán un alivio para opositores históricos de la guerrilla, para quienes han vivido la guerra como un hecho inevitable, una andanada que en muchos casos no ha permitido siquiera escoger un bando.


 

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