Balances democráticos

Por: Pascual Gaviria Uribe.

Grecia ha demostrado que las elecciones no pueden cambiar el mundo. Ha demostrado incluso que las elecciones no pueden cambiar los números rojos en los balances ni abrir las puertas de los bancos.

El gobierno griego agitó durante tres semanas una consigna sencilla para oponerse al mundo frío, sin gestos, que lideran los alemanes y unos cuantos funcionarios impecables con sus estrellas amarillas sobre fondo azul: un simple NO fue el grito de batalla del deudor moroso frente a sus acreedores y socios. Obtuvieron el triunfo y agitaron sentimientos de dignidad y soberanía.

La victoria simbólica de quien decide hacer lo que le viene en gana durante cinco minutos. Grecia, la cuna, defenderá sus pilares aunque su deuda esté cerca del 150% de su PIB. Hasta aquí llegaron los vivas de los exaltados admiradores del coraje de Tsipras frente a los desalmados.

Pero una cosas es contar votos y otra distinta contar plata. Grecia ha recibido cerca de 250.000 millones de Euros por parte de la Unión Europea en los últimos cinco años y sus números no mejoran. Ahora Alexis Tsipras, el primer ministro, tuvo que convertir el NO categórico en las urnas en un Sí con reservas menores. Los votantes se preguntan para qué sirvió tanto ondear de banderas y el saliente ministro de finanzas, Yanis Varufakis, apoyó la moción ciudadana con algo de sorna y resignación: “Bueno, quizás simplemente no deberíamos celebrar más elecciones en los países endeudados”.

No se trata de maldad si no de realidad y política. En Alemania el partido de gobierno no está dispuesto a ser tratado de alcahueta frente a un país que la prensa popular retrata como un alumno mentiroso, corrupto y botaratas. Eso pasa en el centro donde se concentra el poder económico. En la periferia donde todavía hay problemas en las cuentas, Italia, España, Portugal e Irlanda no quieren que Grecia reciba mejores condiciones que las que ellos lograron hace unos años. Serían vistos como negociadores arrodillados e ineptos por sus votantes. Y tampoco quieren exprimir más lo fondos comunes que en un futuro podrían ser sus salvavidas.

Grecia vivió durante años entre un bipartidismo clientelista que hizo crecer y rotar una nómina estatal desbordada. Los partidos eran directorios de empleos, becas y subsidios. La creación en 1994 del Consejo Supremo de Selección de Personal (ASEP) como un intento desesperado para quitarle color político a los nombramientos públicos muestra el extremo al que se llegó. El gobierno de Constantino Mitsotakis que en los noventa intentó un poco de responsabilidad fiscal fue el único que luego de la caída de la dictadura no logró reelegirse.

Los impuestos tampoco son el fuerte de los griegos. Se estima que la economía subterránea, que no deja registros ni facturas, mueve el 30% del PIB. Lo que los ciudadanos ahorran en impuestos lo gastan en sobornos para acceder a licencias, al sistema de salud, a becas educativas y a falsear declaraciones tributarias. Un estudio de Transparencia Internacional en 2009 dice que los griegos pagaron en promedio 1.355 euros en coimas durante el año.

Ahora Tsipras ha firmado unos compromisos muy similares a los que Grecia había asumido en 2012. Aumentar el IVA y los impuestos sobre gasolina, alcohol y tabaco, conseguir 50.000 millones en privatizaciones y tener auditoría permanente por parte de la Unión Europea. Sus partidarios lo repudian y sus rivales lo apoyan. Las angustias económicas pueden cambiar la política local, los entusiasmos populistas solo logran cambiar el orden de los bandos en las urnas.


 

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