Naturalia

Por: Pascual Gaviria Uribe

La escena podría suceder en uno de esos dramas animados que recrean rivalidades y apegos humanos en el cuero de algunos cuadrúpedos. Hace un año vimos las imágenes de animales salvajes olfateando con curiosidad las cavernas de los metros y recorriendo los cotos de caza de algunas avenidas.

Un jabalí disputa los restos de una basura esquinera con dos gatos aprendices en las lides callejeras. Un gato tuerto como uno más de la manada que se ha duplicado en cercanías de la Acrópolis en Atenas. Las cifras de los voluntarios griegos que los alimentan a falta de las sobras restauranteras hablan de mil felinos que deben tener a las ratas en retirada. El cierre de las puertas a las casas trajo desamparos imprevistos para los humanos, espacios para los animales silvestres y sobrecarga de trabajo y abandono para las mascotas.

Muchos citadinos comenzaron a buscar un compañero de jaula. Lealtad y dulzura son dos cualidades que suelen asociarse con las mascotas como especie de juguete incondicional. Pero muchas veces se olvida que sus dueños deben darles cuerda con comedimientos y cariños recíprocos, así sean fingidos en forma de galletas. Imaginen a un alemán bien cebado, primo segundo de un jabalí, para no cambiar de ejemplo, comprando un labrador cachorro por internet después de una maldita reunión en Zoom ¿Es posible pensar en algo más patético? Un titular de la Deutsche Welle en marzo pasado hace las cuentas del momento: “Según la Asociación Canina Alemana (VDH), en 2020 se compraron alrededor de un 20% más de perros que en años anteriores.” Cifras similares se han visto en Estados Unidos y por toda Europa. En Inglaterra desde hace unos meses se habla de “pandemic puppies” para referirse a los cachorros recién llegados a cuartos, casas y apartamentos.

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Pixabay

Pero las cosas deben volver a la normalidad y muchos de los humanos comienzan a salir a sus cubículos (jaulas un poco más estrechas) y a cansarse de los juguetes y sus deposiciones. De modo que los animales silvestres retroceden y muchos de los domésticos van a las calles para conocer el hábitat salvaje que les ha correspondido entregar en pago por un miedo y un tedio que no comprenden.

El titular de un periódico inglés hace las cuentas de lo que podríamos llamar el crecimiento de una vieja especie: “Según Battersea Cats and Dogs, los perros callejeros en el Reino Unido podrían aumentar hasta un 27 % en los próximos cinco años.” En Madrid se autorizó a un grupo de voluntarios, durante los confinamientos, para salir al parque de El Retiro a alimentar a la manada de gatos callejeros que crece. Unos humanos salen corriendo de sus casas, solo permiten una hora tres días a la semana, para alimentar a muchos de los gatos que otros humanos han sacado de las suyas. Sería un capítulo interesante para Nat Geo ya que unos de sus fotógrafos se han dedicado a enfocar loros en el espaldar de sillas y serpientes en el brazo de algún veterano envenenado con Whisky en las tardes. Y para que no crean que todo pasa tan lejos es necesario recordar la cifra que entregó en septiembre pasado Nicolás García, el gobernador de Cundinamarca, al declarar la alerta sanitaria: más de doce mil mascotas abandonadas en los 116 municipios del departamento.

Durante algunas correrías por la ciudad quieta que dejan los confinamientos he visto el auge de los campamentos de recicladores y habitantes de calle. Muchas animales domésticos pasan de un brinco a la vida salvaje de sus carretas. Campamentos con tres y cuatro perros que se van curtiendo en vigilancia extrema, duetos de compañía en una sola carreta y jaurías cartoneras en las bodegas de entrega. El perro como el mejor amigo del hambre.


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