Obligados por el cambio climático a dejar sus hogares

Por: Norha Restrepo.

Comunicadora Regional del WFP para América Latina y el Caribe.

Mirando alrededor, el paisaje es una variación de color amarillo y marrón. La tierra está reseca y, en las plantas de maíz, pequeños mazorcas se están marchitando sin haberse desarrollado completamente.

Este es el Corredor Seco, una región que abarca la longitud de Centroamérica, desde el sur de México hasta Panamá.

Aquí, el maíz significa vida para los agricultores. Pero este cultivo, al igual que los otros alimentos básicos de la región, depende en gran medida de la lluvia, y no ha llovido lo suficiente en los últimos años.

Aquí, lo que Sir David Attenborough describió en su discurso a la COP 24 como la “mayor amenaza del mundo en miles de años” ya es demasiado real.

Con la complicidad del fenómeno meteorológico de El Niño, la canícula entre cosechas que normalmente no excedía los 20 días ahora dura hasta 50. En 2018, las lluvias inferiores a la media durante junio y julio condujeron a pérdidas de 280.000 hectáreas de frijoles y maíz, afectando a más de 2 millones de personas en Guatemala, el Salvador y Honduras.


La sequía y otros fenómenos climáticos extremos relacionados con el cambio climático están afectando la seguridad alimentaria y nutricional en el Corredor Seco. Foto: WFP/Carlos Alonzo


“La sequía prolongada puede llevar a pérdidas de hasta el 100 por ciento”, explica Marco Antonio Mérida, monitor de campo con el Programa Mundial de Alimentos (WFP) en la zona.

Como si las semanas de sequía no fueran suficientes, en octubre llegaron tormentas tropicales que causaron inundaciones mortales y deslizamientos de tierra.

El cambio climático, con fenómenos meteorológicos extremos más frecuentes e intensos, así como efectos de inicio más lento, como la degradación de la tierra y las plagas e infestaciones, está haciendo la vida aún más difícil para las comunidades rurales en el Corredor Seco que ya apenas subsistían. Incapaz de poner suficiente comida en la mesa para sus familias, muchos son forzados a irse de sus tierras.

Un estudio de 2017 publicado por el WFP analizó datos sobre los migrantes de el Salvador, Guatemala y Honduras que fueron rechazados por las autoridades migratorias mexicanas cuando intentaron llegar a los Estados Unidos. El estudio encontró que el 50 por ciento de ellos había estado trabajando en el sector agrícola antes de salir. Contrariamente a la percepción común de que la migración de estos países es impulsada principalmente por la violencia y la inseguridad, el 65 por ciento citó el desempleo o las dificultades económicas, y el 19 por ciento dijo que los bajos ingresos y las condiciones de trabajo deficientes eran razones para irse.

Si bien se ha puesto mucho énfasis en los flujos de Centroamérica a Estados Unidos — más recientemente cuando miles de personas formaron una caravana en busca de su sueño americano — también hay mucha la migración dentro de la región.

Moisés Rivera, de 29 años, de una comunidad indígena Lenca en Honduras, pasó tres años trabajando en el vecino El Salvador. En ocasiones le robaron su salario en la frontera cuando regresaba a casa. “Me pasaba por El Salvador porque aquí no había otra tirada,” dice.

Héctor Ramírez, un agricultor de 50 años del municipio de Huité, en el este de Guatemala, tiene una historia similar que contar. Cuando perdió su cosecha, tuvo que abandonar su hogar y buscar trabajos ocasionales en el norte del país. Dice: “Es lamentoso, pero tenemos que salir porque tenemos hijos, tenemos esposas. Obligatoriamente tenemos que salir a ganar el pan nuestro de cada día.”

Las negociaciones que se llevan a cabo en COP24 son de vital importancia para las comunidades en todo el mundo que, al igual que las del Corredor Seco, se ven afectadas por la creciente incertidumbre en el clima que les permite producir los alimentos que necesitan para sobrevivir. Los delegados en Polonia tienen la tarea de establecer las directrices para traducir el hito del acuerdo de París establecido en la COP21 en acciones que combatan el cambio climático.

Con los modelos climáticos que indican que las condiciones climáticas no mejorarán, encontrar maneras de adaptarse al nuevo contexto se ha convertido en una necesidad para las personas en el Corredor Seco. Para prosperar con un clima cada vez más adverso, las comunidades deben aprender a cosechar y almacenar agua para no depender demasiado de las lluvias cada vez más erráticas, plantar árboles para combatir la erosión del suelo, cambiar el cultivo tradicional a cultivos más diversos y nutritivos, y aprender nuevas habilidades para crear oportunidades de empleo fuera de la agricultura. La financiación climática tendrá que fluir a estas comunidades para ayudarles a adaptarse a un mundo más cálido y transformar su futuro.

Permitir que las personas sigan produciendo alimentos y diversificar sus fuentes de ingresos — a través de actividades que van desde la apicultura hasta la alfarería y las granjas de pollos — les está ayudando a lidiar con el entorno cambiante y contribuirá a frenar el flujo migratorio.

De vuelta en Honduras, Moisés Rivera ha encontrado una nueva forma de proveer para él y su familia: la alfarería, un negocio que está resultando mucho más lucrativo que trabajar como jornalero agrícola en El Salvador. “Ya no vamos a salir; ya no vamos a emigrar de este país,” dice. “Aquí vamos a estar ganando el dinero.”

Gracias al apoyo de la Unión Europea, el Programa Mundial de Alimentos (WFP) trabaja para construir resiliencia y asegurar los medios de vida de familias hondureñas a lo largo del Corredor Seco.

Conoce más sobre el proyecto “Respuesta al Fenómeno El Niño — PRO ACT”


Este artículo fue escrito con contribuciones de Michael Goode, Norha Restrepo y Elio Rujano.

Nota publicada en WFP – Programa Mundial de Alimentos, reproducida en PCNPost con autorización.


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SOURCE: Programa Mundial de Alimentos

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