Nuestra demo/cracia

Por: Andrés Quintero Olmos. 

Desde el Frente Nacional, casi todos nuestros congresistas acompañan al Ejecutivo de turno, por el simple hecho de que este es el que controla la integralidad del presupuesto nacional. A esto habría que añadirle su gran poder de nominación frente a todas las ramas del Estado y su enorme maleta de puestos burocráticos que claramente usa para convencer al rebelde sin causa o saciar al que utiliza la extorsión gubernamental para sus propios intereses.

Bajo el anterior Gobierno, esta permanente “lagartería” parlamentaria no sorprendía tanto, debido a que estaba en concordancia con el sentir nacional que en gran mayoría apoyaba las acciones gubernamentales de Uribe. Lo chocante es lo que observamos hoy: más del 80% del Congreso entregado a Santos cuando sólo el 40% de los colombianos tiene una visión favorable de su administración pública. Ahí ocurre el claro desfase entre la Colombia-real y la Colombia-política que, indudablemente, materializa una profunda crisis de nuestra representatividad.

El síntoma perfecto de este malestar institucional es la existencia de fenómenos políticos como el de Roy Barreras que sólo le sigue la corriente al mejor postor. Es él, el perfecto profesional de la política colombiana, que reinventa su discurso según el Presidente de turno. Roy es tan buen político colombiano, que nunca ha ejercido oposición y nunca la ejercerá, y por eso es hoy un líder indiscutible de su fiel hemiciclo que no puede vivir sin Ejecutivo. Google no miente: si usted teclea “Roy Barreras” en la barra de búsqueda, automáticamente aparecerá en la tercera posición de las predicciones “Roy Barreras lagarto”.

Estamos, por tanto, ante un modelo en el cual no cabe la oposición de ninguna manera. Es un perfecto cóctel de vicios: los Congresistas se les hace mermelada la boca y el Gobierno se alía con cualquiera de ellos que pueda darle votos (sea este o no un transportador de fondos o de votos, como Yahir Acuña).

La ilustración perfecta de esta crisis institucional es, por un lado, la poca representatividad del Polo Democrático y del Centro Democrático en el Parlamento, a pesar de la gran popularidad de sus respectivos líderes y de su real peso político en elecciones presidenciales. Y, por otro lado, que un “Cenador” como Roy pueda pronunciar la siguiente frase sin ninguna consecuencia política o jurídica, simbolizando perfectamente nuestro desequilibrado ordenamiento: “Que no se equivoquen porque elegir a un alcalde o alcaldesa de la oposición es elegir a alguien desarticulado del Gobierno Nacional que es nuevo y apenas empieza…sería un error elegir a la oposición porque cerraría las oportunidades de inversión en la región”.

Nuestro pensador Nicolás Gómez Dávila quizás ya lo había entendido: “es demócrata él que espera del mundo exterior la definición de nuestros objetivos”. En nuestro mundo colombiano, donde el pueblo (demo) va en por un lado y el poder (cracia) va por el otro, tal vez fuimos más allá: es político él que espera del Gobierno –o del dinero- la definición de sus objetivos.


 

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