El liderazgo del próximo presidente de Colombia – I Parte

Por: Francisco Manrique.

Recibí hace unas semanas un artículo de un amigo con la pregunta :¿Qué hace a un gran líder?. Esta inquietud surge de una conversación entre varias personas preocupadas por la ausencia de liderazgo que se percibe en la sociedad contemporánea. Este vacío es especialmente notorio, cuando se analiza la lista de los 32 dirigentes políticos, sin antecedentes por su número,  que aspiran a ocupar la presidencia de nuestro país.

Quienes buscan llegar a este cargo, como sucede en la actualidad en Colombia de cara a las elecciones del 2018, se enfrentan con situaciones muy complejas. Por lo tanto, surge la pregunta necesaria sobre las capacidades de estas personas para asumir una posición de  tanta responsabilidad, en un momento de transición histórico para nuestro país. Y pude serlo, dependiendo de la orientación que tenga nuestra sociedad en los próximos años.



Quien aspire a ser el Presidente de Colombia, deberá tener muy claro la naturaleza del reto adaptativo que asume. No solo va a administrar lo que recibe, aunque si es parte de su rol. Tiene que liderar un cambio muy grande, en un entorno muy complejo, que implica la adaptación de la sociedad, a las nuevas realidades que se desprenden de la consolidación y posibles ajustes, de los procesos que entrega Santos.

El futuro presidente, no tendrá la posibilidad de aspirar a lograr estos cambios en ocho años porque la reelección ya no existe. Deberá hacerlo en el corto periodo de cuatro años, que en la práctica es menos de tres años, tiempo en el cual se va a enfrentar con situaciones muy complejas, y con problemas interconectados con múltiples aristas. Veamos.

Lo primero que tiene que reconocer esta persona, es que Colombia no se puede sustraer  de lo que acontece  en el entorno global. Vivimos en un mundo cada día más marcado por el efecto de los cambios acelerados que afectan a la sociedad contemporánea, y que no tienen antecedentes en la historia de la humanidad.

Hoy en día, la tecnología, las dinámicas sociales, políticas y económicas, se están moviendo aceleradamente y de manera impredecible. La complejidad, la incertidumbre y las sorpresas, se convertirán en unas compañeras permanentes. Quién aspire a ocupar el más alto cargo político de un país como Colombia, necesariamente debe de estar preparado para asumir las consecuencias de esta realidad, y tener unas capacidades sobresalientes de liderazgo para enfrentarla.

Estos cambios han venido demoliendo los paradigmas tradicionales y cuestionando la validez de muchos de los modelos establecidos. Un ejemplo muy disiente, que se observa en la actualidad, es el desmoronamiento del papel de los partidos políticos tradicionales. Su prestigio anda por el suelo.  Han perdido su rol de correas transmisoras que articulan las aspiraciones de la sociedad, para orientar las políticas de Estado, y alinear a las instituciones responsables para su implementación.

Una consecuencia grave de esta dinámica, es la pésima imagen y falta de credibilidad del político tradicional. Imagen aún más negativa, gracias a los escándalos de corrupción que han teñido con una nube negra a esta actividad en toda AL. El problema, es que son estas personas las que tienen más posibilidad de aspirar a llegar a las más altas posiciones del Estado.

Dado el pésimo ejemplo que hoy vemos todos los días, no es de extrañar que no se vea con claridad, si existe la persona adecuada para liderar la transformación del país, dentro del grupo de dirigentes políticos que hoy aspiran a la presidencia de Colombia. Tampoco se ve el Macron colombiano, que sea capaz de poner patas arriba todo el sistema político actual. Pero sorpresas nos da la vida, como dice la canción. Amanecerá y veremos.

Quien busque la Presidencia, tendrá que enfrentar un escenario muy complejo, y que no habíamos tenidos en los últimos 16 años: gobernar sin un partido mayoritario en el Congreso, como el que tuvieron sus dos antecesores, para mover la agenda legislativa que soporte los cambios que se van a requerir. Además, como no me canso de repetir, Santos y  Uribe, contaron con dos periodos cada uno, para movilizar las difíciles agendas que necesitaban de un tiempo mayor al de un periodo presidencial.

Cualquiera de los retos que hereda el próximo presidente, comenzando por la consolidación de la paz, serán parte de una muy compleja agenda de cambios de largo plazo que se necesitan con urgencia, pero que repito, tomarán mucho tiempo. Y lo que lo hace más difícil, es  el estado de polarización que ha dejado la pelea personal de Santos y Uribe, que ha dividido a la sociedad, y no le ha permitido tener una visión colectiva para orientar esa agenda.

Y aquí vuelvo a insistir en lo obvio. Les tomó 16 años a Uribe y a Santos, construir una visión colectiva sobre el papel de la seguridad, para cambiar la dinámica con las Farc. Este grupo, hoy ya desarmado y convertido en un partido político, siempre le había jugado a los cortos periodos presidenciales de cuatro años, para llegar a donde llegaron a finales de los 90. Un conflicto sin resolver, que puso en jaque al Estado en esa época, con un costo bestial para la sociedad.

Ahora bien, como consecuencia de los acuerdos de La Habana, tenemos hacia adelante una agenda muy compleja de cambios, en medio de un entorno económico, político y social muy difícil y polarizado. En estas condiciones, no se ha podido construir una visión compartida, acerca de cuáles deben de ser los cambios requeridos, y sobre el tipo de país que queremos tener. Y sin embargo, de nuevo algunas personas esperan el milagro de lograr en solo un periodo de cuatro años, lo que no se hizo en diez y seis años, cuando no se ve el liderazgo político necesario, y con unos partidos desprestigiados y desmantelados.

En estas condiciones, conseguir algunos cambios importantes sería un verdadero milagro, pero que dudo mucho que se vayan a dar. No se entiende, que los cambios profundos que se requieren, necesitan de tiempo y de visión para lograr su efecto y hacerlos sostenibles, dos dimensiones que hoy brillan por su ausencia en nuestro país. Y lo más grave: nadie habla sobre esta situación, ni pareciera que importara para el futuro del país.

En mi próximo Post ahondaré más sobre este tema y las reflexiones que me dejaron el artículo al que hice mención al inicio de este escrito.


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