La carretera de la indiferencia

Por: Alvaro Villanueva M.D.

Pensando en los cuatro carriles para la vía de Santa Marta-Ciénaga-Barranquilla, en un sistema de comunicaciones terrestres que conecta grandes ciudades de la región caribe, nos encontramos con una vieja y cada vez más deteriorada imagen.

Imagen de los pueblos a lado y lado de la carretera, en el que cualquiera cree que está en los países africanos sumidos en la miseria, el atraso y la inmundicia, sin agua, sin luz, y mucho menos sin alcantarillado o disposición adecuada de excretas.

Numerosos niños pipones que algunos confunden como gorditos pero desnutridos, enviados a recoger agua, a transportar pesadas cargas, y en fin a olvidar la niñez que transcurre en un presente sin futuro, al lado de la indiferencia de los que tenemos el privilegio de transportarnos de un lugar a otro, sin reconocer que los que están a nuestro lado son tan humanos como nosotros.

El espacio parece ampliarse cada vez más entre las grandes comodidades del siglo y la permanencia en medios, aun difíciles para las fieras o animales salvajes, en donde las basuras nunca desaparecen, las aguas que permanecen estancadas, sirven de fuente para el crecimiento de mosquitos, anfibios, batracios, y otros animales, que conviven en medios nauseabundos, repletos de toda clase de bacterias y otros microorganismos.

El precioso líquido, artículo de lujo, llega en carro tanques, para ser comprada a precios exorbitantes, la energía eléctrica casi no puede prender un bombillo en cada casa, y parece ser mejor la luz de una vela. La limpieza y la sanidad de las áreas son imposibles.

Los servicios de atención de salud son peores que cuando me tocaba visitar estos pueblos, Tasajera, Pueblo Viejo, La Isla Las Trojas de Cataca, de donde regresaba lleno de pescado, mariscos, y todo lo que sus habitantes agradecidos, me obsequiaban por haberlos atendido.

Casa por casa visitábamos con mis compañeros de rural, toda la población, y llevábamos tratamientos a quienes diagnosticábamos con tuberculosis, enfermedades diarreicas, o infecciones respiratorias, de mayor presentación en niños, adultos mayores, embarazadas y en general toda una población que por consumir pescado sin límites, cayeye, guineo verde, plátano y otros alimentos, de alto poder nutritivo, se mantenían en su mayoría, sanas. Ahora ya no es fácil alimentarse porque tienen que vender el pescado, de más dificultad para conseguirlo, para sobrevivir, para pagar el agua y la luz que difícilmente les llega.

Mientras tanto una alta recolección de impuestos de peajes, se va dispersando sin dejar nada a aquellos que han sido los propietarios de los terrenos que pisamos por encima de sus habitantes. No nos da vergüenza, ni pena de lo que está pasando a nuestro alrededor, somos indiferentes al sufrimiento de estos pueblos y debemos afrontar las consecuencias cuando estos se levantan furiosos porque han sido abandonados.

No es difícil que se puedan destinar directamente, recursos de los peajes por cada vehículo que pase, al bienestar de esta gente a retribuirle en salud, en educación, en servicios públicos, alimentación, mejoras en la tecnificación de la pesca, de la extracción de la sal, y porque no del turismo ecológico, ahora tan de moda. El manejo de los recursos debe ser claro, y no permitir la llegada de la corrupción con una verdadera veeduría ciudadana.

Pongámosles punto final a una situación tan denigrante, ayudemos a sobrevivir una población que sin interés ha permitido que nosotros utilicemos sus territorios para realizar actividades de trabajo, de entretenimiento y desarrollo.

Los gobiernos nacionales y locales, con la población civil, y la empresa privada, unidos en una sola fuerza, deberíamos estar listos para resolver una situación que nos deja como uno de los países más desiguales e inequitativos. Conseguir una legislación que apoye el desarrollo de esta iniciativa para la recuperación de estos pueblos, es un reto para los verdaderos políticos de la época actual.


 

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