La alondra chiricana y la mujer indígena

Por: Carlos Guevara Mann.

“Ñatore”… y sus vestidos / son sucios, harapientos; / su hogar húmeda choza, / su lecho un pajonal …


Con estos versos, incluidos en su poemario Visiones eternas (1953), María Olimpia de Obaldía quiso sensibilizar al lector acerca de la cruda realidad de la mujer indígena.

Tal preocupación tenía origen en “su vocación innata de observar, guardar y transmitir discretamente esos valores que ella supo vislumbrar como ‘visiones eternas’”. Así se expresó, sobre La alondra chiricana, la escritora Gloria Guardia en su discurso de admisión a la Academia Panameña de la Lengua (24 de abril de 1989).

Claramente, la situación de la indígena panameña atentaba contra los valores más esenciales de una poetisa profundamente cristiana, nacida el 9 de septiembre de 1891, cuando Panamá aún formaba parte de Colombia. “La mujer guaymí, por india y por ser mujer, es el ser más digno de compasión en el istmo de Panamá”, dijo en una ocasión María Olimpia de Obaldía. No se equivocó en su apreciación.

En su Historia de Panamá, publicada por primera vez en 1948 –alrededor de la fecha en que La alondra escribió Ñatore may– Ernesto Castillero Reyes sitúa en la dominación española el origen del desprecio hacia lo indígena: “El indio, en general, ocupaba antaño en la escala social un grado inferior al del negro africano, puesto que este representaba un valor en dinero que el nativo americano no tenía, porque su esclavitud no estaba sometida a precio” (pág. 34).

Su pertenencia a una etnia originaria condenaba a la mujer indígena a la exclusión social y a un racismo casi oficial. La Ley 59 de 1908, que por primera vez esbozó la política indigenista del Estado panameño, heredada de Colombia, conminaba al Ejecutivo, “de acuerdo con el jefe de la Iglesia católica”, a procurar “por todos los medios pacíficos posibles la reducción a la vida civilizada de los salvajes indígenas [sic] que existen en el país”.

Cuatro años más tarde, la Ley 56 de 1912 clasificó a las comunidades originarias en “tribus bárbaras, semibárbaras y salvajes”. Cómo se distinguía entre una categoría y otra, no queda claro. Lo que sí es evidente es el lugar que correspondía a los aborígenes en la jerarquía social.

A la exclusión por causas socioeconómicas y étnicas se añade una tercera dimensión discriminatoria, por razón de sexo (o, como dicen ahora, de “género”). Los esmerados versos de la poetisa resumen el sufrimiento que produce a la mujer indígena esta pesada superestructura de opresión: Y su hijo cuando nazca / acaso muera inerme, / que solo puede darle / el jugo maternal; / su leche macerada / con golpes del marido; / caldeada por la piedra / en donde muele el pan.

Con lirismo conmovedor, Ñatore may sigue retratando hoy la situación de la mujer indígena y su prole, a pesar de los cambios políticos experimentados desde mediados del siglo pasado y de los millones de dólares destinados al desarrollo de los pueblos originarios. La mayor parte de esas gruesas partidas ha quedado en bolsillos privados, sin aportar al mejoramiento de las condiciones de vida de sus supuestos beneficiarios.

Así lo demuestran, entre otros indicadores, los que miden la desnutrición infantil. El octavo Censo Nacional de talla de escolares de primer grado de las escuelas oficiales panameñas (2013) estimó en 15.9% la incidencia de desnutrición crónica en niños de seis a nueve años (retardo en crecimiento, lo cual tiene implicaciones para el desarrollo físico y cognitivo).

Pero entre las comunidades indígenas la prevalencia es significativamente más alta: Emberá-Wounaan, 30.6%; Ngäbe Buglé, 53.4%; Guna Yala, 61.4% (La Estrella de Panamá, 15 de diciembre de 2014).

En los merecidos homenajes que seguramente le rendirán a la talentosa poetisa María Olimpia de Obaldía los medios de comunicación y entidades como el Ministerio de Educación, el Instituto Nacional de Cultura, la Defensoría del Pueblo, la Academia Panameña de la Lengua (fue la primera mujer en ingresar, en 1951) y el obispado de David (fue la primera chiricana condecorada por la Santa Sede, en 1983), entre otras organizaciones, sería importante aludir a su estremecedor reclamo social, expresado en Ñatore may, acerca de un problema que aún afecta con dureza a los países americanos.


Versión actualizada de la columna publicada en La Prensa, Panamá, 9 de septiembre de 2015, ilustración de Vic Ramos.


© Blogs Uninorte, 2015


 

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