Grupo indígena colombiano se adelantó 20 años al acuerdo de paz con las FARC

Por: Claudia Polanco Yermanos.

Indígenas de la etnia nasa wes’x, asentados en un montañoso paraje del centro de Colombia, se adelantaron al proceso de paz que actualmente tiene expectante al país y esta semana cumplen 20 años de vivir en el posconflicto.

Fue el 26 de julio de 1996 cuando los nativos, cansados de la guerra que libraron contra las FARC para defender la soberanía de su tierra, firmaron lo que se constituye en el único acuerdo de paz vigente con esa guerrilla.

Los combates en Gaitania, un caserío del departamento del Tolima enclavado en plena cordillera Central, y que hace parte del municipio de Planadas, considerado la cuna de las FARC, duraron 35 años.


Farc 50 acuerdo de paz


En ese tiempo, en las filas indígenas hubo 35 muertos, 11 heridos y más de medio centenar de viudas y huérfanos. Pudieron ser más, dicen quienes recuerdan que fue en esa zona en la que Pedro Antonio Marín, alias “Tirofijo”, creó en 1964 la guerrilla más antigua de América.

Convencidos de que “a balazos” no iban a llegar a entenderse, los indígenas aceptaron la propuesta del comandante guerrillero Arquímedes Muñoz, alias “Jerónimo Galeano”, y se sentaron a negociar en 1994. “Yo anduve mucho tiempo persiguiendo a la guerrilla, armado, porque estaba lleno de amargura y dolor”, recuerda Bernabé Paya Cupaque, cuya madre, Herminia, fue asesinada en la década de los 80.

En la memoria de los lugareños está vivo ese hecho que, aseguran, desencadenó una de las épocas más sangrientas en Gaitania, porque se trataba de la esposa del entonces gobernador indígena Justiniano Paya, máxima autoridad en el territorio ancestral.

Sin embargo, reconoció Paya Cupaque, alias “Jerónimo” contaba con la ventaja de que tenía un “profundo conocimiento” de la estructura política de los pueblos nativos, lo que facilitó el acercamiento entre las partes.

Luego de dos años de conversaciones se acordó “el fin de la violencia” en un documento en el que figura también el respeto a las normas autóctonas y en el que se prohíbe el “porte de armas” y el “reclutamiento forzado”.

Al cumplirse 20 años de ese significativo paso, los nasa wes’x, que ya no andan armados por las precarias y serpenteantes vías ni pasan los días atrincherados en los matorrales, saben lo difícil que ha sido perdonar. Por ello, y basados en su experiencia, creen que antes de que el Gobierno nacional y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) firmen un acuerdo en La Habana para terminar el conflicto que ha torturado al país por casi 60 años, es necesario hallar respuestas.

Lo fundamental es, aclaró el indígena, que “las víctimas, que se sienten lastimadas en su corazón, reciban una explicación para entender lo ocurrido y puedan cerrar ese capítulo oscuro de su historia”.

Luego, agregó por su parte el líder nativo Álvaro Ovidio Paya, quien fue uno de los promotores del acuerdo de 1996, “es indispensable que el desarrollo social deje de estar plasmado en una hoja y se haga realidad en el campo”.

Y es que, se preguntó, “¿qué paz puede existir si la gente tiene hambre y se siente excluida?”.

En consecuencia, además del diálogo y el cumplimiento de lo acordado, los nasa wes’x recomiendan al Gobierno y a las FARC la implementación de proyectos productivos que cambien la mentalidad de la población afectada por los interminables años de violencia generalizada.

No en vano en Gaitania, conocido hasta hace poco en Colombia como un pueblo “bandolero”, se siembra “el mejor café del mundo”, según determinó en 2008 un concurso internacional.

Además, hace 10 años el Ejército retomó el control del otrora bastión de “Tirofijo” y por estos días se encarga no solo de prestar seguridad sino de construir carreteras y puentes para darle la bienvenida al progreso.

Podría decirse que lo ocurrido con los nasa wes’x tiene una contundente moraleja: “Quien insiste en la guerra no disfruta de los privilegios de la paz”, aseguran.

El mejor ejemplo es “Jerónimo Galeano”, quien a pesar de ser el “abanderado” del acuerdo con los indígenas se convirtió años después en el máximo cabecilla del “comando conjunto central” de las FARC, una temida célula de esa organización.

El guerrillero, que dirigió algunas de las más cruentas tomas armadas en el país, murió en un combate con el Ejército en 2011 sin ver hecho realidad el sueño de paz que hoy abrigan los colombianos y que, irónicamente, también él compartió cuando propuso la pacificación de Gaitania. EFE


 

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