Una narrativa de Innovación para la paz

Por: Francisco Manrique.

Me pidió la revista de la UNIVERSIDAD JAVERIANA, para su edición del mes de marzo, destacar el papel de la innovación en la etapa del post acuerdo con las Farc. Como hace varias semanas que no escribo sobre el proceso de la Habana, y me he concentrado en temas de cambio, ciudades y tecnología y otros temas, en este Post voy a volver a conectar los dos temas una vez más como lo he hecho a lo largo de casi cuatro años.

Para el efecto del artículo que me pidieron, decidí compartir mi historia personal y recordar algunos momentos de la aventura en la que metí alrededor de la Innovación y la Paz. Soy un empresario que atendió la llamada temprana de aportar al proceso propuesto por Santos, y decidió emprender la misión de conectarla con un tema vital para el país.

Esta es una pequeña narrativa de una aventura personal y fascinante, pero a la vez compleja y frustrante, que me ha dejado cuestionamientos sobre la incomprensión que tenemos los colombianos sobre el rol que debe jugar la Ciencia, la Tecnología y la Innovación (CTI) para su desarrollo futuro.

Desde principios del 2008, he estado ayudando a liderar la construcción de un nuevo imaginario con relación al papel que deben jugar los proyectos en CTI en la agenda sostenible de nuestro país. De ese interés, surgió Connect Bogotá Región, organización que hoy agrupa 24 universidades y 36 empresas trabajando en conjunto por este propósito. En la actualidad soy el presidente de su Consejo Directivo.

Llevo ocho años, viajando, conociendo y aprendiendo sobre estos temas, que hoy están en el centro de las agendas de desarrollo de los países más avanzados del mundo. No me considero ningún experto, pero sí puedo afirmar sin rubor, que hoy estoy mucho mejor informado sobre la materia. Como resultado, tengo una visión mucho más clara de la importancia y la urgencia de incluir los temas de CTI como parte fundamental para la construcción del futuro de Colombia.

En mi opinión, estos temas toman mucha más relevancia cuando se avecina la fecha final para la firma del acuerdo de paz del Gobierno con las Farc. Este ha sido un proceso difícil, que ha dividido a la población colombiana alrededor de una propuesta, que por el contrario, debería unirnos a todos.

Esta división no tiene antecedentes similares en el último medio siglo de nuestra historia. Lo paradójico es que esta dinámica tan peligrosa ha sido propiciada por los mismos protagonistas –Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe- quienes permitieron que fuera posible sentar en la mesa al grupo guerrillero más antiguo del continente.

Mi aventura comenzó en agosto del 2012, cuando estaba viajando por Sudáfrica. Al final de ese mes publiqué dos blogs en la revista Semana, en los cuales me refería al proceso de paz en ese país. Mi interés en ese proceso histórico me lo despertó Adam Kahane, quien fue facilitador del ejercicio de escenarios en Sudáfrica, en 1992. Su contribución fue clave para el logro de los acuerdos que terminaron con muchos años de violencia demencial en ese país.

Casualmente, cuando publiqué el segundo de mis blogs en Semana.com, al martes siguiente, el Gobierno Nacional anunciaba oficialmente el inicio de un proceso de negociación con las Farc. Días después recibí un correo del general José Javier Pérez, en ese entonces jefe del Estado Mayor Conjunto, pidiéndome que nos reuniéramos tan pronto regresara de mi viaje. Él tenía la responsabilidad de liderar la mesa de inteligencia para apoyar la negociación.

Al general Pérez le inquietaba que la visión del equipo que él iba a liderar solo tuviera la perspectiva militar. Quería incorporar otros puntos de vista. Me propuso que le ayudara a convocar a un grupo de empresarios amigos, para que le aportáramos nuestras opiniones con relación a lo que debería ser el manejo de un eventual posconflicto.

Después de escuchar la invitación que me había hecho el General, le solicité un tiempo para pensar sobre la misma y las posibles alternativas que pudieran generar algún valor. La propuesta que le hice a los pocos días, tenía un título mas no el contenido: La innovación al servicio de la paz. Esta fue la forma que se me ocurrió para vincular nuevas perspectivas a un problema de tantas décadas en Colombia.

Para esa fecha estaba en Bogotá uno de los socios de la firma IDEO, con sede en Palo Alto, California, (EE. UU.). Esta es la empresa más prestigiosa mundialmente en el campo de la innovación. Los invité a que pensaran en una propuesta para el general Pérez, que incorporara su experiencia de intervención en sistemas complejos, utilizando las metodologías y tecnologías desarrolladas por ellos.

Después de dos meses de intercambio de información, surgió el primer diagnóstico del problema y la propuesta de colaboración. Para IDEO y quienes los acompañamos, entendimos que el principal reto y gran obstáculo de Santos y su equipo sería la aceptación del proceso de paz con las Farc, por parte de la sociedad colombiana. Mejor pronóstico no lo podría haber hecho un clarividente.

Para enfrentar este desafío, era necesario utilizar las metodologías y tecnologías del mundo de la innovación para ayudar a construir una nueva narrativa para Colombia, y más adelante, para proponer la implementación de una serie de proyectos piloto, que mostraran nuevas formas de abordar algunos de los problemas más complejos derivados del proceso propuesto por Santos.

El análisis hecho fue correcto y la historia posterior nos lo confirmó. Más de seis décadas de sangre, habían amarrado a la sociedad colombiana con un pasado violento, que como una gran ancla, nos impedía sacar la cabeza para mirar el futuro. Por lo tanto, se requería construir las bases de una nueva historia, que inspirara y cautivara la imaginación de la gente. Esta aproximación ya era en sí misma muy innovadora.

Era obvio que la apuesta de Santos era un inmenso cambio a la narrativa que había cimentado Uribe durante ocho años de “acabar con los terroristas de las Farc”, utilizando la fuerza. También lo era porque se reconocía, que se había logrado reducir significativamente la capacidad de esta guerrilla, sin haberlos derrotado. Y no era posible hacerlo mientras Venezuela y Ecuador les dieran refugio a los cabecillas y la cocaína siguiera alimentando sus arcas. Ninguna de las dos condiciones podían ser cambiadas por el Gobierno de turno. Había llegado el momento de buscar otro camino: el de la negociación, como ha sido el caso de la mayoría de los conflictos de su tipo en el mundo.

A la luz de lo anterior, tenía mucha lógica que se introdujera la innovación como parte de la solución. En ese momento, esta era una de las “cinco locomotoras” del Plan de Desarrollo 2010 – 2014, por lo tanto, no era descabellado que se pusiera al servicio de una apuesta histórica de esa magnitud. Traducción: era necesario convocar la imaginación y la creatividad, para arriesgarse a explorar y experimentar con nuevas posibilidades. Se había agotado el camino emprendido por Uribe y el mismo Santos, porque no se había logrado acabar con las Farc.

Han pasado tres años y medio desde que me metí en la aventura de crearle el contenido a la propuesta que le había hecho al general Pérez. Algún día escribiré un libro sobre esta experiencia. Del grupo inicial de empresarios que convoqué para acometer la iniciativa, hoy no queda ninguno. A pesar de haber sido invitado por el Ministerio de la Defensa, finalmente no logré que esta entidad, y otras que contactamos a lo largo de estos años, se interesaran y demostraran curiosidad por explorar la propuesta.

Hoy, me acompañan un grupo pequeño de personas, nacionales y extranjeras, que estamos convencidos que la Innovación y la Educación, van a jugar un rol fundamental hacia el desarrollo futuro de nuestro país y consolidar la verdadera paz en Colombia. Y es por esta razón, que persistimos en la propuesta: Innovación x Educación = Desarrollo + Paz. Es la ecuación matemática que debe soportar nuestra futura narrativa donde las nuevas generaciones deben de asumir un papel protagónico.

Hoy, y desde la perspectiva de ciudad, a través del proyecto Bogotá Escenarios 2025, creo haber encontrado el espacio para que nuestra iniciativa se sume y enriquezca a otras que hemos venido trabajando en Bogotá con la Cámara de Comercio de Bogotá (CCB) y otras organizaciones privadas y universidades. El futuro nos dirá si estábamos equivocados, pero a juzgar por las macro tendencias globales, no parece que este vaya a ser el caso. Amanecerá y veremos.

Después de estos años de trabajar en este proyecto y de invitar a un grupo de personas a nivel nacional e internacional a desarrollarlo, he sacado algunas conclusiones que podrían servir para enfrentar los retos inmensos que se vienen hacia adelante, cuando se haya firmado un acuerdo con las Farc. Curiosamente, son reflexiones que no he visto que sean abordadas por otros comentaristas de la realidad nacional. Parecería que de alguna manera son invisibles para la sociedad colombiana.

  1. La negociación no se planteó desde el principio como un proceso de cambio de gran magnitud para la sociedad colombiana. Por lo tanto, no se entendió que se requería un ejercicio de liderazgo muy bien estructurado, por parte de Juan Manuel Santos, de su equipo negociador y el Gobierno en pleno. A cambio, se confundió el liderazgo con las campañas de comunicación. Al interior del mismo Gobierno, he observado mucha incoherencia entre el discurso y la acción, especialmente con las temáticas que involucran a la innovación, e inclusive, una oposición soterrada al proceso.
  2. El mensaje no se dio correctamente. El problema de sesenta años de violencia no era responsabilidad exclusiva de las Farc, también lo era de todos los colombianos, para quienes, por acción u omisión, permitimos que se desarrollara una cultura de intolerancia y violencia, donde las diferencias se siguen manejando a bala. Las estadísticas lo comprueban. Hemos desarrollado una incapacidad notable de poder convivir y zanjar nuestras diferencias sin matarnos. Y para colmo de males, “nuestros eximios líderes políticos”, nos han dado el peor ejemplo en estos meses sobre la materia.
  3. Al no enmarcar correctamente el desafío adaptativo, los enemigos del proceso liderados por Uribe, lo convirtieron en la paz de Santos, cuando en la realidad debería ser de todos los colombianos. El resultado: la división profunda que ya anotaba y que se materializó de manera vergonzosa en las elecciones del 2014. El país quedó dividido entre “los amigos y los enemigos” de la paz. Un total contrasentido. Y lo que es peor: los que se oponen no nos han propuesto una mejor alternativa, que no perpetúe el desangre y los desplazamientos.
  4. El inconveniente más serio es que la falta de comunicación de Juan Manuel Santos con la población se ha planteado como la causa del problema. En mi concepto, lo que ha faltado es una propuesta de una visión de futuro que inspire y justifique el porqué tiene sentido pasar el capítulo más violento de nuestra historia, para escribir el siguiente montado en una narrativa muy distinta que convoque y no divida. Esta es la esencia del liderazgo.
  5. Colombia parece una nave cuyo rumbo lo definen las circunstancias y no su capitán. Y como nos hemos enganchado tanto en nuestro pasado, no nos hemos dado cuenta que el mundo está cambiando cada vez más rápido, al punto que nos va a dejar el tren de la historia. Mientras en el país nos hemos entretenido matándonos y permitiendo que la corrupción nos carcoma como un cáncer, en el mundo se juega a otro juego, donde es claro el rol del talento humano como motor del desarrollo. De ahí, la importancia de CTI como protagonista de esa nueva narrativa nacional. La posibilidad de una nueva lógica, explica el extraordinario apoyo internacional que ha recibido Juan Manuel Santos para su proceso.
  6. ¿Qué país se imagina el lector si se firma la paz con las Farc en este año? ¿Más de lo mismo? Ese es el gran peligro que tenemos enfrente si no hacemos algo al respecto. Por lo tanto, deberíamos de recoger la invitación que le hizo Mandela a su gente en 1995: ” el pasado es el pasado, nos llegó la hora de construir nuestro futuro”.
  7. Finalmente, ese futuro que ya está en marcha, premia el uso del conocimiento, el uso de la ciencia y la tecnología para innovar, no solo en productos y servicios que hagan nuestra sociedad más competitiva, sino también, para encontrar soluciones creativas a los numerosos problemas complejos que hoy enfrentamos como sociedad.

La nueva economía que está emergiendo aceleradamente premia a las sociedades que entienden este nuevo paradigma del desarrollo y se movilizan rápidamente con flexibilidad para adoptarlo.

La crisis de los precios del petróleo ha desnudado la realidad económica colombiana. ¿De qué otra forma vamos a ser viables como país si no entendemos este mensaje? ¿Qué cosas nuevas se podrían proponer? ¿No será que nos llegó la hora de innovar para tener un país realmente en paz?.


 

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