Los acuerdos sociales antídoto contra el populismo

Por: Francisco Manrique.

David Brooks, es uno de los columnistas del New York Times que más me gusta leer, porque hace frecuentemente unas reflexiones muy pertinentes para interpretar la complejidad de la realidad actual. Recientemente, en su artículo de 11/15/17, se refería a la importancia de los acuerdos sociales como base de la construcción de las relaciones entre los miembros de una sociedad.

Hay una premisa planteada en el artículo que llama la atención: los seres humanos están condicionados y formados por las relaciones que se tienen muy temprano en la vida. Esto sucede sin que haya una decisión consciente por parte de la persona, como sí la hay con las cosas que esta hace a lo largo de su vida.

En un post reciente, que escribí sobre la ética, mencionaba que: “el carácter es el resultado de las escogencias y de las decisiones que toma la persona en el tiempo. El que pueda hacerlo, le da sentido al término de libertad, que distingue al ser humano”. Y como marco de acción, utilizamos los valores éticos que norman el comportamiento y definen una actitud ante la vida. Los vamos incorporando a lo largo del camino como resultado de las elecciones conscientes que hacemos.

Este comentario también se aplica a las organizaciones y a la sociedad en general. En estos casos, su carácter es el resultado de estas escogencias que las definen, pero que también les habilita o restringe su libertad. Lo que hoy son, es el resultado de la manera inteligente como han ejercido colectivamente esa libertad para escoger y decidir.


populismo

geralt / Pixabay


Quiero unir lo expresado por Brooks a la reflexión anterior, y mis comentarios relacionados con ejercicio de la ética, porque apuntamos en la misma dirección. Desde esta óptica, es claro que las sociedades son el resultado de una serie de escogencias que se constituyen en unos acuerdos entre sus miembros, y que son el fundamento de una ética pública que define su carácter, y el uso que ellas hacen de la libertad.

La historia de los Estados Unidos está basada en las decisiones que escogieron a lo largo de los años. En la fundación de esta nación, se tuvieron unos acuerdos muy fuertes para construir relaciones dentro la sociedad alrededor de los temas “de la familia, la comunidad, el credo y la fe” como valores fundamentales. Y con este marco de actuación, “se construyó el concepto de la democracia y el capitalismo, que celebran la libertad y los derechos individuales”.

A mediados del siglo XX, y después de la II Guerra Mundial, en ese país se construyó un consenso adicional que los hizo salir del aislamiento, para dedicarle recursos y energía, a la promoción  de los valores de la libertad y la democracia en el mundo. Más adelante, se adoptó la defensa del libre comercio como un valor representativo de esta sociedad. Con el apoyo de los Demócratas y Republicanos, nació una nueva institucionalidad internacional: la ONU, la OEA, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, etc. que han sido pilares de una época de paz y prosperidad sin antecedentes en el mundo.

La institucionalidad que nació de estos acuerdos sociales, estuvo fundamentada en unos valores claros que le han permitido tener al pueblo norteamericano “ la capacidad para utilizar de una manera correcta la libertad” como lo menciona Brooks. Su ejemplo ha servido de referente para otros pueblos, y ha sido un magneto para que mucha gente haya emigrado a ese país. Los Estados Unidos se perciben como una democracia que valora los derechos  del individuo y la oportunidad para todos.

Lamentablemente, este proceso de construcción colectiva, está siendo seriamente amenazado con la llegada de Trump al poder. Pero lo mismo está pasando con la votación del Brexit en la Gran Bretaña. En ambos ejemplos, el sistema democrático fue manipulado para lograr unos resultados cuyo alto costo lo van a pagar estas sociedades más adelante. En estos casos,  se rompieron aspectos vitales de los acuerdos sociales, sobre los cuales ambos países habían generado un marco ético de valores, que los hizo referentes a nivel mundial.

En el caso gringo, se llevó al mas alto cargo, a un individuo que va en contra de valores liberales fundamentales que ha distinguido a este país, como son la libertad de expresión, el respeto a la mujer, la apertura comercial, la importancia de la institucionalidad internacional, y la asimilación de varias razas y culturas entre otros. En el caso de la GB, este último valor fue utilizado negativamente para promover el miedo a los emigrantes sirios, y así lograr una votación que ha puesto a este país al filo del abismo.

En ambos casos, este nuevo curso fue decidido por una mayoría muy precaria. Y en el camino, se ha puesto en evidencia, el enfrentamiento entre la visión de la derecha, que busca maximizar la libertad económica y el papel del Estado más pequeño, en contraste con la visión de la izquierda que lo busca hacer en el campo del estilo de vida individual con un Estado protector.

Pero a estas diferencias, se le han añadido otros componentes muy complejos: la religión y el rechazo al extranjero. Ambos minan aún más las bases de los acuerdos sociales construidos por muchos años. Y sin una base común de ética pública, no es posible sustentarlos y proyectarlos hacia el futuro, para enfrentar la turbulencia y los peligros que se vive en la actualidad. Por lo tanto, son válidas las siguientes dos preguntas que hace Brooks: “¿dónde está la formación social emocional y moral que va a permitir sostener el acuerdo? ¿Cómo se van a formar los hábitos virtuosos que se necesitan?”.

En el caso colombiano, el único acuerdo histórico reciente que se puede registrar, fue cuando Laureano Gómez y Alberto Lleras, dieron el nacimiento al Frente Nacional en 1957, para acabar el desangre de la época llamada de La Violencia, que sembró de muerte muchas regiones del país. Lamentablemente, este acuerdo no se cimentó sobre unos valores que le dieran sentido a una nueva ética pública, y se convirtió en un proceso para repartirse el poder entre los dos partidos dominantes, con exclusión de otras visiones y posibilidades. Se sembró el inicio de otro ciclo de violencia que fue peor que el anterior.

La consecuencia de este proceso de hace cincuenta años, lo estamos padeciendo en la actualidad. El acuerdo de paz con las FARC, no fue respaldado de forma contundente y mayoritariamente por los colombianos. De hecho, el resultado ha sido la fractura por mitades de nuestra sociedad.

Lo que está sucediendo, evidencia que no hemos sido capaces de construir un acuerdo sobre la base de unos valores compartidos como la convivencia, el respeto por la vida, y la aceptación de nuestra diversidad. Como no hemos tomado esa decisión, tenemos un carácter como sociedad muy primario, violento y excluyente, que nos impide manejar las diferencias con inteligencia.

Sin un acuerdo y unos valores distintos, lo firmado en La Habana vale lo mismo que el papel que se utilizó. También, será muy difícil construir un futuro diferente que nos libere de nuestra historia de violencia. Hoy, esta afirmación la vemos con claridad cuando observamos la desintegración de los partidos, la desconfianza en las instituciones y la primacía del caudillismo. Y como lo reflejan las encuestas recientes, esta peligrosa dinámica  premia el autoritarismo, a costa de otros valores,

Según Brooks, lo que está sucediendo en la actualidad, en varias democracias en el mundo, está desnudando la evidente crisis del liberalismo en la sociedad actual. Esta  se ha convertido en un árbol que puede perder muy fácilmente el equilibrio y sucumbir a los vientos huracanados de los cambios que afectan a la sociedad. Las ramas de este árbol están constituidas por los derechos individuales cada vez más frondosos, sustentadas por unas raíces conformadas por las obligaciones comunes de todos sus miembros,  que son cada vez más débiles.

El exceso de derechos, sin un acuerdo de ética pública sobre las responsabilidades que ellos conllevan, es una realidad que hoy compromete la viabilidad de los sistemas democráticos en el mundo.

Brooks correctamente señala que: “la libertad sin un compromiso social se convierte en el egoísmo”. Y esto es lo que que vemos hoy en la élites de la sociedad, en la política y la economía. Pero también, “la libertad sin conexión se convierte en marginalización”. Y esto se refleja en la parte inferior de la pirámide social, donde hay comunidades disfuncionales, familias rotas, adicción a las drogas, etc. Y la libertad sin una narrativa nacional, que unifique a la sociedad alrededor de unos acuerdos fundamentales, se traduce en una gran desconfianza y en la polarización que se convierte en una guerra política permanente.

Lo que emerge de las reflexiones anteriores no es tema de conversación en la actualidad. La capacidad de generar acuerdos, sustentados por unos valores compartidos, que sirvan de base para construir relaciones en sociedades diversas, es algo esencial por varias razones.

Ante la incertidumbre que genera la complejidad de los cambios que hoy experimenta la sociedad, los acuerdos le permiten a la gente  tener una base más firme para resistir más. Un buen acuerdo es un gran antídoto para contrarrestar la tendencia hacia el populismo y el autoritarismo. La sociedad tiene las bases de un sistema inmunológico que le permite construir las defensas institucionales que generan confianza, y que es la base de cualquier comunidad.

Las tendencias a alinearse por raza, género, estilo de vida, son las manifestaciones actuales de una sociedad sin un norte marcado por unos acuerdos que les permita convivir en la diversidad. Quienes no están dentro de mi grupo, los ignoro y los margino. El tribalismo es el resultado de esta dinámica que genera polarización entre amigos y enemigos. Lo que unos ganan otros lo pierden, y donde el resultado son unas comunidades aisladas, y fácilmente manipuladas en sus miedos “del  otro”,  por los populistas como Trump y similares.

Espero que sea evidente para el lector, que el ejercicio de la democracia, que es el menos malo de todos los sistemas inventados por los seres humanos, como lo recordaba Churchill, está siendo sometido a un inmenso reto en medio de un mundo de grandes cambios tecnológicos, y avances sociales sin precedentes en la historia de la humanidad.

Este reto será posible abordarlo, si entendemos que somos el resultado de las decisiones que tomemos y que van definir nuestro carácter, así como de los acuerdos que logremos para manejar las relaciones cada vez más complejas, de una sociedad cada vez más diversa e interconectada.

Como lo recuerda Brooks, al final de su artículo en el New York Times, la historia reciente de la humanidad, está llena de ejemplos de naciones que fueron capaces de “construir una nueva narrativa, reviviendo la vida familiar, restaurando los lazos que unen a la comunidad y una cultura moral compartida”. Éste fue el caso de Inglaterra al principio del siglo XIX, de Alemania después de la II Guerra, y de los Estados Unidos durante lo que se llamó la era progresiva.

Pero para dar el primer paso en la construcción de un nuevo acuerdo,  hay que reconocer que un árbol frondoso en derechos, sin unas raíces profundas de deberes y responsabilidades individuales y colectivas, que nacen de una visión común,  lo deja muy débil para resistir los vendavales que hoy azotan por todos los lados a la democracia como hoy la conocemos.


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