Aunque el mundo afronte una carrera de obstáculos, no podemos dejar de lado a las mujeres rurales

Por: Steven Jonckheere, Federica Giordani, y Morane Verhoeven

En el equipo del FIDA encargado de las cuestiones de género nos dedicamos cada día a promover los derechos y fomentar las capacidades de las mujeres del medio rural. Por ello recordamos perfectamente la celebración del 25.oaniversario de la Declaración y la Plataforma de Acción de Beijing. Eran los albores de 2020 y la ardua lucha en favor de la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres parecía prometedora: tenían más posibilidades de ocupar puestos de liderazgo, desempeñar trabajos dignos y acceder a la atención sanitaria y la educación.

Pese a todo, ante la triple crisis mundial que afecta al planeta, tememos que los progresos a los que tanto esfuerzo han dedicado las mujeres y niñas del medio rural puedan revertirse. ¿Por qué?

Las comunidades rurales más pobres, en las que las mujeres siguen siendo las más afectadas por la pobreza y el hambre, son las que más sufren estas crisis. Ante el afán de la comunidad mundial por actuar frente a estas emergencias, puede que la inversión en las mujeres y las niñas del medio rural descienda puestos en la lista de prioridades.

Sin embargo, al pasar de una crisis a otra y centrarnos en intervenciones a corto plazo, corremos el riesgo de perder de vista el contexto más general: el mundo no puede progresar sin igualdad de género.


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En el Sudán, los seminarios de sensibilización han dado pie a que las mujeres asuman funciones de liderazgo en las comunidades.©FIDA/Imam Ibrahim Albumey


Cómo contribuye el FIDA a que las mujeres se conviertan en agentes del cambio decisivos

Empoderar a las mujeres de las zonas rurales es esencial para lograr un futuro más sostenible y resiliente. Al aprovechar sus habilidades y conocimientos locales puede aumentarse la seguridad alimentaria y nutricional, erradicarse la pobreza y fomentarse la resiliencia de las comunidades rurales ante el cambio climático y otras crisis.

Para empoderar a las mujeres es necesario hacerse eco de sus opiniones, y su participación en la toma de decisiones ha de ser amplia. En el Sudán, país afectado por conflictos, las tradiciones y creencias religiosas sobre la dominación masculina fueron cuestionadas en las comunidades rurales a través de grupos comunitarios, seminarios de sensibilización sobre roles y normas de género y cursos de capacitación en gestión del agua, la salud animal y el procesamiento de alimentos. Esto hizo posible que las mujeres dieran su opinión y participaran en funciones de liderazgo y en la toma de decisiones en las comunidades.

El FIDA invierte en el crecimiento económico en favor de las mujeres para que puedan aumentar y diversificar sus ingresos, con lo que se protegen y protegen a sus familias de las perturbaciones. En Gambia, durante las primeras olas de contagios de COVID-19, el FIDA concedió donaciones en efectivo a las mujeres vulnerables de las zonas rurales, que las utilizaron para emprender actividades comerciales y satisfacer sus necesidades inmediatas, en especial comprar alimentos y libros escolares.

Las mujeres y las niñas invierten una cantidad desproporcionada de tiempo en las tareas del hogar y el cuidado de la familia en comparación con los hombres y los niños. A pesar de que su opinión se tiene en cuenta y de que cuentan con los medios para mantenerse por sí mismas, dedican tanto tiempo a esas tareas que no pueden desarrollar su potencial. El FIDA aligera la carga de trabajo de las mujeres promocionando las técnicas y el equipo necesarios para reducir el tiempo y el esfuerzo dedicados a tareas laboriosas. Por ejemplo, en el medio rural de China, los convertidores de biogás producen electricidad a partir de residuos, por lo que las mujeres no tienen que recoger leña ni ocuparse del fuego para cocinar. En la actualidad, los 60 días de trabajo anual que dedicaban a esas tareas los ocupan en criar cerdos y cultivar la tierra.

Las estructuras y normas sociales perjudiciales, tanto formales como informales, refuerzan las desigualdades de género. Por ejemplo, a menudo no se reconocía el papel desempeñado por las mujeres en las comunidades rurales de Rwanda. Gracias al Sistema de Aprendizaje Activo de Género (GALS), se las empoderó para que desarrollaran su potencial económico, a la vez que se promovieron relaciones de género más justas y sanas en los hogares. Al comprender mejor la sobrecarga de trabajo de sus esposas con tareas que llevan mucho tiempo, muchos hombres hicieron un reparto de las tareas del hogar más equitativo y empezaron a tomar decisiones conjuntas.

Esta no será la última crisis a la que nos enfrentemos y, por ello, debemos invertir a largo plazo al tiempo que tenemos en cuenta las necesidades específicas de las mujeres y las niñas, abordamos la desigualdad de género y fomentamos la resiliencia. Lograr un futuro más justo, inclusivo y sostenible depende de ello.


Nota publicada en FIDA, reproducida en PCNPost con autorización.


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SOURCE: FIDA

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