El “turismo excesivo” preocupa y el sector propone soluciones

Se habla mucho hoy de turismo excesivo, pues ha aumentado en varios destinos, principalmente debido a los cruceros", explica el profesor de economía del turismo, Torsten Kirstges

Venecia se deshace de los barcos de crucero, Barcelona controla los alquileres y Dubrovnik impone cuotas de a sus visitantes. Frente a la plaga del turismo excesivo, los profesionales del sector buscan soluciones urgentes en la Feria de Turismo de Berlín (ITB).

En 2030, habrá 1.800 millones de turistas en el mundo. Algo es seguro: este crecimiento infinito es imposible en un espacio que es limitado, lo que genera cada vez más conflictos visibles: Roland Conrady, director científico del ITB, cónclave anual de los profesionales del turismo.

De 1995 a 2016, el número de viajeros internacionales ha pasado de 525 millones a más de 1.200 millones gracias a las compañías aéreas de bajo coste, y a los turistas de mercados emergentes como China, India o los países del Golfo.

El año 2017 ha estado marcado por un alza récord del 7% del número de turistas en el mundo, y por inéditos movimientos de rechazo al turismo de masa, que desfigura o expulsa a las poblaciones locales de sus lugares de vida.

Y las primeras consecuencias o medidas no han tardado en caer: en Tailandia, los corales de la célebre Maya Bay no han sobrevivido a los bañistas y el lugar está amenazado de cierre. En Bután el gobierno impone cuotas y en Dubrovnik el alcalde impide que ingresen al recinto de la ciudad histórica más de 8.000 personas por día.


turismo Venecia

Maatkare / Pixabay


10% del PIB mundial:

“Se habla mucho hoy de turismo excesivo, pues ha aumentado en varios destinos, principalmente debido a los cruceros”, explica el profesor de economía del turismo, Torsten Kirstges, que cita el caso de Mallorca, donde pueden desembarcar “cinco barcos de 4.000 pasajeros que acostan al mismo tiempo para visitar la catedral”. El sector vislumbra al menos cuatro pistas para asegurarse que el turismo no se autodestruirá: la más evidente, y la más positiva para las economías locales, es repartir mejor el flujo de visitantes.

Por ejemplo, Venecia -con 265.000 habitantes frente a 24 millones de visitantes anuales- limita el acceso de su laguna a los inmensos barcos de crucero.

La ciudad edita asimismo una audaz guía mensual llamada “Deturismo”, que realza otros sitios secundarios con la esperanza de disuadir a los turistas de que se congreguen masivamente en la plaza San Marcos.

“Siempre son los mismos ‘tours’, siempre los mismos lugares… En México, la gente sólo pensaba en Cancún, pero finalmente conseguimos llevarlos a la ruta de los mayas”, explica en el ITB Gloria Guevara, presidenta de la federación internacional del turismo (WTTC).

Guevara recuerda que el turismo representa 10% del PIB mundial, y que “el barrio invadido por uno supone una fuente de ingresos para otro”.

Tarifas según la hora:

Otra solución, es incidir en los precios para disuadir. La Torre Eiffel financió sus obras de renovación aumentando un 50% su billete de entrada. Su gemela de Dubai, la inmensa torre Burj Jalifa, propone cuatro tarifas diferentes según la hora de la jornada. La más cara es al caer el sol.

La tecnología permite asimismo regular los flujos, en especial en Amsterdam donde un sitio internet informa en tiempo real a los visitantes del tiempo de espera que hay en las colas. Pronto, una nueva aplicación les indicará los lugares a evitar.

Pero internet también ha propulsado los alquileres temporales del tipo Airbnb, que hacen que se disparen los precios inmobiliarios, y atraen a los juerguistas, suscitando rechazo extremo entre la población local, como ocurre en Barcelona. Así, el movimiento de “turismofobia” se ha extendido como reguero de pólvora.

Según el primer estudio sobre el turismo excesivo, llevado a cabo por el gabinete  McKinsey, 36% de los habitantes de las zonas que sufren este fenómeno consideran que “los visitantes internacionales” generan una “excesiva presión”. Hace seis meses, eran solamente 18%.

En fin, ahora hay grandes esperanzas depositadas entre los turistas de 18-35 años. Más aventurera que la de los baby-boomers, esta generación “se dispersará más, por miedo a estar decepcionada si visita un sólo lugar”, o por el temor a que demasiadas personas acudan al mismo tiempo a ese lugar, según el análisis de McKinsey.


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