El mal uso del celular mata la vida

Por: Iván Mazo


Cuando entré al restaurante del centro comercial eran cerca de las 12 y 45 del medio día. Me situé en una mesa que daba a un rincón entre dos paredes, era la mesa perfecta para abrigarme del frío bogotano en una tarde de invierno. Desde ese rincón podía divisar a mi antojo a todos los comensales. Me fui deteniendo lentamente mesa por mesa hasta llegar a una que era la manifestación contundente de la nueva miseria humana. Se trataba de una pareja entrada en los treinta años que por algunos gestos pude identificarlos como un matrimonio. Por cerca de una hora no se cruzaron palabra alguna, ambos estaban sumidos en su teléfono móvil consagrados con devoción a teclear sin cesar mientras comían. De pronto pidieron la cuenta y salieron en medio de los pitos electrónicos de los mensajes que entraban, y con alguna habilidad evadieron chocarse con las mesas y los demás comensales mientras respondían celosamente. Duele reconocer que ya las relaciones no son entre presentes sino entre ausentes que fingen estar presentes.

Entre usted a una sala de espera de una clínica, a la sala de abordaje de un aeropuerto, mire las personas que se encuentran sentadas en el parque y las que están esperando a alguien en cualquier esquina de su ciudad y el espectáculo es el mismo: la inmensa mayoría está hablando por celular o pegadas como robots a las conversaciones de texto. Estamos perdiendo el contacto con la vida, nos estamos ausentando de la exuberante belleza del guayacán florecido encima de nuestras cabezas, nos perdemos el sabor de las comidas, el olor del eucalipto, el color del paisaje y la desafiante arquitectura centenaria del edificio que acabamos de ignorar. Ya no escuchamos la voces, sólo respondemos con prontitud a los sonidos; los pitos de los celulares son voces, los textos diálogos, y las caritas digitales tan abyectas como inertes opacaron la belleza del gesto humano cargado de adrenalina. No son las personas las que usan los celulares, son los celulares los que usan a las personas. Los costos humanos son gravísimos, voy a detallar algunos.

Pienso que el más grave es la miseria humana ya que el mal uso del celular nos desconecta de la vida, nos hace insensibles, indiferentes, fríos, distantes, ajenos, ensordece las relaciones, opaca el alma y destruye el gozo espontáneo del encuentro. Nos hemos convertido en idiotas útiles de una tecnología que cada vez mata con más fiereza el poder del contacto y la cercanía del amor. Los filósofos de todas las culturas nos dicen que la vida sólo sucede cuando uno tiene su presencia en el aquí y ahora; sólo en el aquí y ahora existe la posibilidad del gozo, la plenitud del disfrute, el asombro ante la majestuosidad del detalle, la perplejidad ante el misterio. Todo desaparece cuando nuestra atención queda atrapada en una llamada o en un mensaje de texto.

El pésimo manejo del celular hace daños altamente considerables al cerebro. Apaga el lóbulo frontal que es el que centra la atención, administra la concentración y propicia los estados de conciencia. Como la misión biológica del cerebro es ahorrar energía, al cerebro le encantan las distracciones, por eso cuando usted recibe la llamada que entró o se deja atrapar por el whatsapp, su cerebro se deja seducir por la gratificación inmediata, se apaga el lóbulo frontal, usted se desenfoca de su propósito fundamental y se vuelve víctima de lo que suceda en la conversación distractora. Las emociones o estados de ánimo que le produce dicha conversación se convierten en su nueva urgencia y usted redirecciona su propósito esencial porque la prioridad ahora la tiene esa conversación.

Le sugiero que se convierta en su propio observador y que se escandalice por usted mismo cuando vea a su cerebro vagabundeando como una urraca de una llamada a otra, de un whatsapp a otro, y la atención centrada que exige su propósito del día que es el que lo conecta con los avances de largo plazo en su vida languidecen hasta desaparecer por su distracción electrónica a la que usted le ha dado todo el poder. Al hacer esto todos los días la creatividad muere, el bloqueo mental empieza a hacer de las suyas como un cáncer silencioso que nadie identifica y que por eso se cree que es inofensivo. De esta forma el cansancio aumenta debido al estrés generado previamente, ya que los neurotransmisores -llamados neuropeptidos- que se producen en el cerebro cada vez que usted desconecta su atención, se riegan por su cuerpo haciendo que su energía vital desaparezca volviéndolo a usted un desatento mental.

Si después de atender una llamada usted es de los que pregunta ¿en que vamos? Si no sabe dónde carajos dejo sus llaves, o sus gafas, o su bolso, revise su atención consciente porque el cáncer de la desatención programada avanza calladamente hasta volverlo incompetente.

Lo invito a que haga con usted mismo un plan piloto de una semana. Observe si la llamada o el whatsapp que le entra cuando usted está concentrado en un propósito superior le genera una respuesta emocional explosiva, las señales que le envía ese estado emocional a su mente y su cuerpo son tan fuertes que la química de su sistema nervioso está causando un alboroto por todo el cuerpo y el cerebro, entonces entienda que es el sistema nervioso autónomo quien toma el control para satisfacer las nuevas exigencias de su mente y su cuerpo. Es decir, su conducta empieza a ser dirigida por su cerebro reptil que es el encargado de la supervivencia y por su cerebro límbico que es quien maneja sus emociones y sensaciones. El juicio consciente para tomar decisiones, la chispa creativa, la iniciativa razonada y la claridad mental se apagan y de pronto su vida se ve llena de sucesos desafortunados y continuos que usted no entiende. Usted empieza a vivir en un estado de inconsciencia inconsciente, que como su nombre lo indica, ni si quiera usted sabe que está en ese estado. Pregúntese ¿Acaso ya no estoy ahí? Por las preguntas puede empezar su proceso de despertar.

El resultado de todo lo anterior es la catástrofe de la productividad porque el tiempo no rinde para cerebros desconectados, obedientes a la estupidez electrónica de una llamada o un whatsapp que nos impone la falsa necesidad de responder por un mero impulso disfrazado de respuesta efectiva. Que lástima que tanta gente ni siquiera se le haya pasado por la cabeza que el pésimo uso de la tecnología, especialmente del celular la está embruteciendo poco a poco. No hay persona más ineficiente que la que se mantiene conectada a un correo electrónico o a un celular respondiendo cada mensaje cuando entra como un autómata descerebrado.

 

 

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