Crisis guerrera

Por: Pascual Gaviria Uribe.

Hace 20 años se dio el primer secuestro de militares por parte de las Farc con el fin de presionar un “intercambio humanitario”. En agosto de 1996 cerca de 70 soldados cayeron en poder de la guerrilla luego de ataques en la base Las Delicias, en Putumayo, y en las selvas del Chocó.

Luego vendrían los secuestros de políticos que sirvieron de epílogo a los diálogos del Caguán y el país se dedicó a recorrer una geografía de dolor a través de mensajes, cartas, libros y llantos por radio y televisión. Las liberaciones unilaterales, las fugas, los rescates exitosos y fallidos, los asesinatos a sangre fría coparon los espacios de los medios pasando de las simples noticias a los documentales. Las intenciones políticas de las Farc, la complicidad de gobiernos de izquierda y los operativos del ejército colombiano más allá de las fronteras convirtieron el conflicto nacional en un escenario para el pulso ideológico en la región. Los helicópteros de Brasil, los “buenos oficios” de Venezuela, el ceño fruncido del presidente ecuatoriano sirvieron de compañía al drama de los secuestrados. Por momentos el país parecía adicto al ciclo de tragedias y júbilos que dejaban los secuestros y las liberaciones.

Pero poco a poco la guerra fue marcando una diferencia de fuerzas y las Farc comenzaron a entender que habían perdido los refugios donde su arrogancia, sus humillaciones y su crueldad eran la única ley. El año 2008 marcó un quiebre indiscutible para la insolencia y el descaro de la guerrilla. El año comenzó con la liberación de Clara Rojas y Consuelo González. Las palabras del Ministro del Interior Venezolano, Ramón Rodríguez, a los guerrilleros durante la liberación eran suficientes para la indignación: “Estamos muy pendientes de su lucha, mantengan ese esfuerzo y cuenten con nosotros”.

El tinglado con los vecinos estaba listo en todo momento. Luego vendría la gran marcha contra las Farc del 4 de febrero, tal vez la más grande y espontánea manifestación pública que ha visto el país y que tuvo presencia en 193 poblaciones. Al final de febrero las Farc liberaron a Luis Eladio Pérez, Gloria Polanco, Eduardo Beltrán y Jorge Eduardo Gechem, la marcha mostró que la evidencia del repudio había llegado hasta los cambuches. Antes de terminar febrero llegó la captura de Martín Sombra en Boyacá y el 1 de marzo cayó Raúl Reyes en Ecuador.

No había acabado ese mes cuando se conoció la muerte de Manuel Marulanda. En mitad de año vino el golpe maestro de la Operación Jaque y la fuga de Oscar Tulio Lizcano en compañía de un desertor. El año terminó con una nueva marcha en noviembre bajo la consigna “Libérenlos ya”, y con 45 guerrilleros muertos tras un bombardeo en el Caquetá.

Es muy difícil no ver un momento distinto para el país y su relación con las Farc luego de estos 8 años. Y no concebir posibilidades distintas al exterminio que plantean unos sin pensar en las víctimas futuras.  Además, en el camino llegaron las muertes en combates del Mono Jojoy y Alfonso Cano, los acercamientos entre Cuba y Estados Unidos, la debacle económica y social en Venezuela que ha desprestigiado la supuesta amenaza del socialismo del Siglo XXI. Las Farc anunciaron en abril de 2012 el fin del secuestro como arma política y la tregua unilateral que está cerca de cumplir un año ha traído las cifras más bajas en la intensidad del conflicto en cuatro décadas. Pero para algunos políticos y habitantes de las ciudades nada ha pasado, hace falta el fervor que provoca la rabia y el magnetismo que crea la venganza.

Se olvidan que hace poco, en otra guerra negociada, dijeron que la mejor justicia era la paz definitiva. Se resisten a perder las ventajas que les entrega su enemigo histórico, a cambiar el miedo y la encrucijada de vida o muerte, por el sencillo desaire a las ideas de un contradictor.


 

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