Colombia reconstruye con arte y cultura tejido social de personas excluidas

Miles de colombianos han encontrado en el hip-hop, la danza o el teatro la fórmula para aprender a convivir en ciudadelas que acogen solo a personas desplazadas por el conflicto armado, la extrema pobreza o los desastres naturales gracias a un programa cultural del Gobierno nacional.

Comunidad-es” es una iniciativa del Ministerio de Cultura, junto con la Unidad de Víctimas y la Agencia Nacional para la Superación de la Pobreza Extrema, que surgió de la necesidad de reconstruir el tejido social en estos poblados surgidos de la nada, cuyos habitantes comparten la pérdida de todo aquello que poseían.


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Más de la mitad de la población de estos barrios nuevos son personas que han sido desplazadas de manera forzada de sus hogares por la violencia del conflicto armado.

Carlos Lindarte es uno de los cientos de voluntarios de “Comunidad-es” y utiliza el hip-hop como arma para generar espacios de paz en un barrio de Cúcuta, capital del departamento de Norte de Santander (noreste) que forma parte del programa de viviendas gratuitas que Colombia puso en marcha en 2012 y que son sorteadas entre personas en riesgo de exclusión.

Las clases de Lindarte dirigidas a jóvenes en riesgo de exclusión son uno de los muchos proyectos artísticos y culturales que se enmarcan dentro de esta iniciativa.

En estas urbanizaciones, edificadas en regiones de difícil desarrollo, pronto empezaron a surgir conflictos fruto de la ausencia de lugares de reunión que crearan lazos entre unos vecinos cuyas vidas encierran un sinfín de desgracias.

“Cuando empezamos a entregar las viviendas gratuitas del programa entendimos que en esos espacios también se empezaron a presentar problemas de convivencia”, explica la ministra de Cultura, Mariana Garcés, en un acto con periodistas.

La misión de “Spark One”, nombre artístico de Lindarte, es utilizar el ritmo del hip-hop para que los adolescentes que viven en estos barrios artificiales cambien la violencia por los versos.

“Empiezan a aparcar esos hitos de violencia que los tienen azotados porque no solo es afuera, también es dentro de la familia y empiezan a desahogarse ya no con violencia y con golpes, sino escribiendo rimas”, explica Lindarte, quien reconoce que a él también le ayudó este tipo de música para salir adelante.

El hip-hop como reparación es una afición “para que tengan una buena convivencia haciéndoles ver que la violencia no les lleva a ningún lado”, agrega Lindarte.

“Comunidad-es”, con una inversión de 3.200 millones de pesos (unos 1,2 millones de dólares), actuó durante siete meses de 2014 en 55 de estas comunidades en 16 departamentos de Colombia en donde se crearon espacios sociales de encuentro.

Para este año el principal objetivo del programa es ir dotando poco a poco a esos espacios de una infraestructura, “ya no solamente de la casa, sino que además tengan un colegio cercano, una biblioteca y un polideportivo”, asegura la ministra Garcés.

En Villas de Aranjuez, una comunidad cerca de Cartagena, en el Caribe, se edificaron 25.000 viviendas donde conviven más de 15.000 personas en riesgo de exclusión social.

Amaury Eyes López trabaja como coordinador de “Comunidad-es” en esta región y recuerda lo difícil que fue implementar el programa en este sitio, donde solo hay techos para dormir.

“Sin respeto por nada empezamos a tirar cemento para arriba y cuando llega un proyecto como este que necesita un lugar de reunión, no hay un solo árbol”, comenta López.

En este sentido, lo primero que hicieron fue “solucionar el asunto de la sombra con cuatro palos al principio” y una sombrilla.

Después construyeron las “esquinas creativas” con murales repletos de colores vivos, detonante cultural de todo el proyecto, en donde desarrollaron el intercambio de saberes y de experiencias humanas.

Danzas tradicionales, talleres de tela y cursos de artesanía son las actividades que se reparten en las cuatro “esquinas creativas” de Villas de Aranjuez que han servido para cimentar la convivencia entre sus vecinos.

“Entre un zapatero y su mujer lograron que 200 mujeres de la comunidad construyeran sus propias chancletas”, explica López, orgulloso de haber generado un sentimiento de pertenencia entre quienes lo perdieron todo y ahora intentan reconstruir sus vidas. EFE

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