Aumentos salariales positivos —y negativos

Por: Robert J. Samuelson. 

WASHINGTON – Los salarios están entre los indicadores económicos más examinados. El motivo no es un secreto. Todos queremos un aumento. Pero hay una segunda razón menos conocida. Se considera que los salarios son precursores de una mayor inflación. Si suben agudamente, los precios les seguirán. Ésa es la teoría.

Es incorrecta —o por lo menos, peligrosamente incompleta.

Ese hecho es importante en este momento. La Reserva Federal está considerando cuándo —y en qué medida— elevar las tasas de interés a corto plazo, que se han mantenido cerca de cero desde fines de 2008. Toda aceleración en los incrementos salariales puede considerarse como prueba de presiones inflacionarias más fuertes y como justificación para aumentos más rápidos y agudos en las tasas de interés. El riesgo es que esta interpretación convencional es errónea.

Durante gran parte de la recuperación, los aumentos salariales promediaron alrededor de un 2 por ciento anual, aproximadamente paralelos a la inflación y, por lo tanto, no supusieron demasiada ayuda para incrementar el poder adquisitivo de los trabajadores. Se considera, en general, que el hecho de que los salarios no se hayan acelerado demuestra que el mercado laboral está aún muy “flojo”, a pesar del persistente declive en la tasa de desempleo (ahora del 5,5 por ciento) y de los considerables aumentos mensuales de puestos en la nómina (295.000 en febrero).

Supongamos ahora que los aumentos salariales se aceleran a un 3 por ciento o hasta un 4 por ciento. ¿Alertaría ese hecho a la Fed sobre presiones inflacionarias no-deseadas?

Bueno, quizás no.

Sin duda indicaría un mercado laboral más apretado. Los empleadores pagan sólo lo necesario para retener y reclutar a los operarios. Si elevan los salarios, la explicación debe ser que hay menos oferta (menos trabajadores disponibles), más demanda o ambas cosas. Y qué. El tipo de inflación preocupante no involucra salarios sino precios —lo que la gente paga por alimentos, servicios, electrodomésticos y lo demás. Los salarios más altos impulsan la inflación sólo si se transfieren a precios más altos, y eso no es automático.

Ocurrió en los años 60 y 70, cuando se produjo una clásica espiral precios-salarios. Pero la espiral no es inevitable, tal como lo demuestra un nuevo estudio económico.

De mediados de los años 60 a mediados de los 80, los salarios y los precios se persiguieron mutuamente —la espiral, concluyó el estudio. Pero después de mediados de los años 80, “los incrementos salariales perdieron su capacidad de pronosticar movimientos futuros en la inflación”, aunque el estudio no dice por qué. (Los autores del estudio son los economistas Charles Calomiris, de la Universidad de Columbia, Peter Ireland, de Boston College, y Mickey Levy, de Blenheim Capital Manegement.)

En realidad, hay por lo menos dos maneras en que las empresas pueden pagar salarios y beneficios más altos sin aumentar los precios.

La primera, es un aumento de la productividad, es decir la “eficiencia”. Una mayor eficiencia a causa de inversiones, nuevas tecnologías o mejor administración reduce los costos. Las empresas pueden utilizar los ahorros para reforzar la remuneración sin elevar los precios. Durante períodos largos (décadas, no años), la transferencia de una mejor productividad a la remuneración de la mano de obra es el camino principal para un estándar de vida más alto.

En el corto plazo, la segunda manera en que se pueden aumentar los salarios sin inflar los precios es si la mano de obra gana a expensas del capital (o de la empresa, si prefieren). Dicho de diferente manera: Los salarios pueden reducir las ganancias. Durante años, el viraje fue en sentido inverso. Las ganancias redujeron los salarios. Entre 1990 y 2014, la porción de la mano de obra en el ingreso nacional cayó de un 63 por ciento a un 57 por ciento, informan los economistas del Banco de la Reserva Federal de Cleveland. Por supuesto, las empresas no sacrificarán voluntariamente las ganancias. Los mercados competitivos tienen que limitar su capacidad de transferir los costos mayores de mano de obra.

Así es que hay buenos y malos aumentos salariales. Los buenos, reflejan una productividad mayor; elevan permanentemente los ingresos y el estándar de vida. Los malos, tienen como resultado mejoras temporales; conducen a una mayor inflación de los precios, lo que roe el poder adquisitivo del aumento salarial anterior. En un mundo ideal, ahora obtendríamos buenos aumentos salariales que reforzarían la economía familiar y prolongarían la recuperación.

La Fed debe recordar esas distinciones para realizar el difícil trabajo detectivesco de identificar todo aumento salarial futuro como positivo o negativo. Si los gobernantes están demasiado condicionados por los recuerdos de los años 60 y 70, podrían interpretar erróneamente los incrementos salariales como automáticamente inflacionarios. Ésa es sólo una posibilidad. Por el momento, la inflación de precios está controlada. La Fed debe mantenerla de esa manera sin sofocar prematuramente la recuperación. No es una tarea fácil.


© 2015, The Washington Post Writers Group


 

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