¿Un café con Voltaire?

Por: Andrés Quintero Olmos.

A los 20 años uno lee a Rousseau y cree que todo proviene del modelo social que se ha venido implementando, piensa uno que el problema es el sistema y nunca tiene la osadía de especular que quizás sea la misma naturaleza del hombre el problema. Rousseau es el filósofo ingenuo que piensa que el hombre es llanamente bueno y que, si deviene malo es sólo por accidente; toda la culpa la tendría la sociedad quien lo corrompe.

Con el paso del tiempo, y más si vivimos en esta Colombia salvaje, nos damos cuenta que la bondad y la maldad son inequitativamente repartidas; que la sociedad contribuye también a producir tanto el bien como el mal y que ciertas personas que han querido en algún momento el bien comenzaron por instaurar el círculo vicioso del mal. ¿Cuántas guerras iniciaron con el fin de instaurar un supuesto bien? ¿Cuánta justicia ha sido implementada a las patadas? Las FARC y las AUC siempre han querido excusar sus acciones malévolas con un supuesto bien superior, ¿no? La Revolución Francesa y la histórica época del Terror que la siguió siempre han sido los ejemplos perfectos para sostener cómo la búsqueda del bien puede convertirse en depravada acción.

A pesar de este constato pesimista, Voltaire se reiría de nosotros si creyéramos que el hombre es intrínsecamente proclive al mal. Si hoy tuviéramos la posibilidad de tomarnos un café con Voltaire, este seguramente nos diría algo parecido a esto (“El Malo”, Diccionario filosófico, 1764): el hombre no es intrínsecamente malo, la maldad viene al hombre como la enfermedad viene al cuerpo. El problema es que la maldad es contagiosa. La confusión que solemos tener es que, a pesar de que todos podemos caer enfermos, no todos caemos enfermos.

Hay una voluntad, un libre albedrío, que hace que cualquier hombre pueda caer en la tentación de enfermarse o resistirse.  Primero, está el dolor, el que crea el malestar. Segundo, está la tentación de atenuar el sufrimiento mediante una reacción. Tercera, está la decisión de tomar por el bien o por el mal. El problema es que el bien y el mal a veces se confunden desde que pensamos que el fin justica los medios.

El protagonista de Voltaire, Cándido, en algún momento expresa con descaro y perversión (un poco como lo diría hoy Timochenko): “yo soy el mejor hombre del mundo y eso que ya he matado a tres hombres”. Asimismo, Voltaire denuncia también el bien absoluto como igual de maligno que la misma maldad. Por eso, mi amigo, Alonso Sánchez Baute, dice con razón: “liberémonos del bien”.

Al fin y al cabo, Voltaire terminaría su café diciéndonos: para que el mal no exista hay que trabajar, hay que cultivar nuestro jardín del bien, porque el hombre vive en un orfelinato donde no hay ni orden ni justicia. El hombre es huérfano y sólo de su misma conciencia y acción nace el mundo que se merece.


Voltaire

CC0 Public Domain. Pixabay

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