En territorio de las FARC, pocos creen en la paz en Colombia

La Macarena se paraliza los miércoles por el descanso semanal instaurado hace unos 15 años por la guerrilla FARC, cuando controlaba esa zona del centro de Colombia, porque el domingo el mercado tiene a todos demasiado ajetreados.

Los domingos, dicen los que viven allí, todavía se ve a milicianos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC, comunistas) pasar en moto con el revólver bajo el poncho. “Vienen a hacer inteligencia, a mirar”, dice Arsemiro Carmona, un campesino de 60 años que trató siempre de pasar desapercibido entre los cultivos de su finca.


paz en Colombia

La Macarena, Meta, Colombia, febrero 24, 2016. AFP PHOTO / GUILLERMO LEGARIA


En armas contra el Estado desde 1964, las FARC han impuesto su ley no solo en campamentos perdidos en la selva, sino también en pueblos remotos, donde la presencia del Estado es débil. “A quien robaba, le ponían un cartel adelante y otro atrás que ponía: ‘Me llevan por ladrón”, cuenta Carmona.

Entre 1998 y 2002, durante los fallidos diálogos de paz del Caguán con el gobierno de Andrés Pastrana, La Macarena, en el departamento de Meta, fue uno de los cinco municipios de una zona de distensión del tamaño de Suiza, de donde las fuerzas militares se replegaron para permitir la concentración de los rebeldes.

Ahora, en la recta final de un proceso de paz en La Habana, las FARC siguen presentes en La Macarena.

“Nosotros pagamos ‘vacuna’ todos los años (a la guerrilla). Ahorita incluso se volvieron diplomáticos: cobran por estratos”, asegura un campesino que no quiere dar su nombre por temor a represalias, en alusión a las tarifas diferenciadas de servicios públicos que rigen en Colombia según el nivel socioeconómico.

Los vecinos dicen que les llega una “boletica” al año y una dirección para llevar el dinero. Los montos son conocidos por todos y varían en función del tipo de negocio. Para las transacciones inmobiliarias oscila en el 5%.

La Macarena, con 32.000 habitantes, tiene unas 6.000 fincas agrícolas, la mayoría sin título de propiedad, cuenta el alcalde Ismael Medellín. “El Estado tendría que regularizar los predios. Esto generaría un respaldo económico local, porque ahora se recauda muy poco. No tenemos el apoyo que se requiere”, asegura.

Cocinero del “Mono Jojoy”:

En Meta están acostumbrados a que mande el fusil: es el departamento donde más persiste el enfrentamiento entre las FARC y el Ejército -seis de los 16 registrados en el país desde el alto el fuego unilateral de la guerrilla en julio pasado fueron allí, según el centro de análisis del conflicto Cerac.

Durante la época de distensión, los jefes rebeldes y los milicianos “se paseaban por acá, normal, con sus guerrilleros armados… estábamos familiarizados”, recuerda Mauricio Núñez, un cocinero de 42 años.

Uno de ellos era Jorge Briceño, el “Mono Jojoy”, muerto en 2010 en un bombardeo cerca de La Macarena. “Me acuerdo que su comida predilecta eran dos perniles de pollo doraditos con sus tres o cuatro pataconcitas” (rodajas de plátano frito), dice.

En ese pueblo de campesinos -la Última Cena de la parroquia los muestra junto a Jesús en lugar de a los apóstoles-, hay más escepticismo que esperanza ante el eventual fin de un conflicto que deja ya 260.000 muertos y 6,6 millones de desplazados.

“Paz no va a haber nunca. Se fue el Ejército, llegó la guerrilla, volvió el Ejército y ahora vendrán otros grupos a fastidiarnos”, afirma con sonrisa irónica Jairo García, un carnicero de 66 años.

Mantener su poder en zonas históricamente suyas preocupa a las FARC, porque en las elecciones regionales de octubre en sitios como Florencia y San Vicente del Caguán (Caquetá) ganó el derechista Centro Democrático, el más férreo opositor al proceso de paz, explicó el analista Frederic Massé.

“Es más complicado mantener el control sin fusil, pero no quieren renunciar a sus zonas de influencia”, agregó este profesor de la Universidad Externado de Colombia.

Para quienes han nacido y crecido en zona guerrillera, como el alcalde Medellín, el futuro también parece incierto. “Antes de la distensión fue muy duro y después, volvió a empezar una persecución (a los guerrilleros) muy dramática que los hizo emigrar de vuelta a la selva”, recuerda.

Ahora, los vecinos temen que con la paz se retiren las fuerzas armadas: “La población está muy inquieta”, advierte. AFP


 

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