Reagan, Volcker & Krugman (Segunda parte)

Por: Robert J. Samuelson.

WASHINGTON – Hace una semana, escribí una columna (Volcker, Reagan y la historia) indicando que disentía con la afirmación de Paul Krugman de que el presidente Reagan tuvo poco que ver con la decisiva eliminación de la inflación de dos dígitos, a principios de los años 80. Según Krugman, todo el mérito fue de Paul Volcker, presidente de la Reserva Federal. En mi opinión, tanto Volcker como Reagan tuvieron parte en el asunto. Volcker impuso una política de dinero restringido; Reagan, con su apoyo, posibilitó que esa política impopular y dolorosa (la tasa mensual de desempleo alcanzó un pico de un 10,8 por ciento) se mantuviera el tiempo suficiente como para acabar con la psicología inflacionaria.

Como era predecible, la columna provocó una reacción negativa; Krugman, economista y columnista del New York Times, respondió en su blog. Así es que vuelvo al tema. Mi objetivo aquí, como con la columna original, es basar la historia en hechos. En ese espíritu, permítanme responder a algunas de las críticas más comunes de la columna.

El presidente Carter se merece algo del mérito por reducir la inflación, porque él nombró a Volcker en 1979.

A ese comentario le falta el contexto. Volcker no fue la primera opción de Carter. Para mejorar sus tasas de aprobación antes de la elección de 1980, Carter despidió a cinco miembros del Gabinete, entre ellos al secretario del Tesoro, W. Michael Blumenthal. Carter no pudo hallar un líder empresarial para reemplazar a Blumenthal, por lo que recurrió a G. William Miller, ex ejecutivo y en ese momento presidente de la Fed. Cuando Miller aceptó, Carter tuvo que buscar otro presidente de la Fed. Figuras del sector privado volvieron a rechazar la oferta. Carter no podía darse el lujo de esperar, porque los mercados financieros estaban nerviosos. Volcker, director del banco de la Reserva Federal de Nueva York, fue la opción obvia que quedaba, aunque a algunos funcionarios de Carter les desagradaban sus duras opiniones sobre la

La profunda recesión de Volcker le costó a Carter su reelección.

No fue así. Es cierto, hubo una breve y aguda recesión en 1980. Pero se debió, mayormente, a las consecuencias no intencionales del propio programa anti inflacionario de Carter. Redujo inesperadamente el consumo y aumentó el desempleo. La tasa de desempleo pasó de un 6,3 por ciento en marzo, a un 7,8 por ciento en julio. En una entrevista posterior a la elección con el periodista Theodore White, Carter dijo que la inflación descontrolada fue el mayor motivo de su derrota. En cuanto al dinero restringido de Volcker, sus efectos mayores tuvieron lugar después de la elección.

El gobierno de Reagan no estuvo unido para apoyar a Volcker; algunos funcionarios criticaron la Fed de Volcker.

Es cierto —pero en gran medida, irrelevante. Las críticas vinieron, en su mayoría, de funcionarios de nivel medio no electos y se refirieron a la oferta monetaria y a otros asuntos técnicos. Los artículos figuraban a menudo en espacios no prominentes de los periódicos. No afectaron la opinión pública ni el clima político, que es lo que importaba. La oposición generalizada del Congreso contra Volcker provino tanto de republicanos como de demócratas. Reagan era el funcionario político en jefe de la nación. Cinco palabras de él, retirando el apoyo a Volcker, hubieran valido más de 50.000 palabras de tecnócratas del gobierno que se quejaban de la oferta monetaria.

Los años 80 fueron un triunfo de la economía keynesiana, porque “los acontecimientos se dieron exactamente como se pronostican en un libro de texto keynesiano.”

Esa afirmación y la cita son de Krugman. Distorsionan la historia. Tal como se predicó y practicó desde los años 60, la economía keynesiana prometió estabilizar la economía a niveles de inflación baja y alto empleo. Para principios de los años 80, esa visión estaba destrozada, y muchos economistas se sentían fatalistas en cuanto al control de la inflación. Quizás se la podía contener. No se la podía eliminar, porque los costos sociales (alto desempleo, producción perdida) serían de demasiada envergadura. La inflación persiste, escribió el economista de Yale, James Tobin, porque “importantes grupos económicos [reclaman] pedazos del pastel que en conjunto exceden el pastel entero.”

Ésa era una razón hábil para tolerar la inflación, y el ataque monetario Volcker-Reagan la demolió. La inflación alta no era una condición intrínseca de las democracias ricas. Era el producto de políticas económicas erradas. Ésa fue la verdadera lección de los años 80, no el triunfo forzado del Keynesianismo.

Tal como expresaba mi columna original, no disputo la importancia que Krugman otorga a la desinflación de los años 80. En verdad, la premisa de mi libro (“The Great Inflation and Its Aftermath”) es que el ascenso y la caída de la inflación son acontecimientos subestimados en los hechos de la historia posterior a la Segunda Guerra Mundial. Pero la manera en que se superó la inflación alta importa. Krugman parece tan determinado a desacreditar a Reagan que se burla de la historia.


 (c) 2015, Washington Post Writers Group


 

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