Cerrar las ventanas

Por: Pascual Gaviria Uribe.

El aire en Medellín significa una pesadilla para los colegiales impensable en mis tiempos de bachillerato. Hoy muchos colegios en la ciudad deben cancelar las clases de educación física y los torneos interclases por las alarmas de los institutos meteorológicos.

El cambio del partido de fútbol por una hora de biblioteca bien merecería un levantamiento estudiantil. Pero la mayoría de quienes vamos en los 600.000 vehículos particulares hemos asumido que la solución es cerrar las ventanillas. Y quienes van en las 700.000 motos se contentan con cubrirse los ojos y subir el volumen a sus audífonos. No importa que el 45% de los ciudadanos, sobre todo quienes se mueven en transporte particular, diga que se demora más tiempo en sus trayectos que el año anterior.


contaminación aire Medellín

Medellín, Colombia. AFP PHOTO / RAUL ARBOLEDA


Apenas un 22% de los habitantes de Medellín se movilizan en transporte particular, carros o motos, pero son estos los encargados de propiciar el ruido de las recriminaciones mutuas. El número de los ciudadanos que se mueven en transporte público está estancado hace 4 años.

Por capacidad, Metro y Metrocable no logran mover más del 20% de pasajeros diarios; Metroplus, esa especie de caracol urbano, no llega al 5% mientras las motos han doblado sus usuarios en una década. Los buses tradicionales que perdieron usuarios a comienzos de esta década parece lograron estabilizarse y siguen siendo líderes con el 30% de los ciudadanos en sus trayectos habituales. Los más obsoletos son los líderes del mercado.

Viendo las cifras no queda más que preguntarse por nuestros proyectos para las postales sobre ciudad sostenible. El tranvía de Ayacucho que costó más de 700.000 millones de pesos, incluidos los dos cables que lo llevan hasta la ladera oriental, mueve hoy 35.000 pasajeros diarios. Comparable con el torniquete de las atracciones del Parque Norte en un buen fin de semana.

Pero según parece la administración todavía les come cuento a los llantos de Fenalco. Cada año los gremios nos entregan la cifra de carros vendidos en el país como un indicador de crecimiento y salud de la economía. Cuando el número baja de 300.000 nos dicen que es hora de prender las alarmas. La ciudad les tiene temor a los parqueaderos vacíos en los centros comerciales y los supermercados. Se habla de problemas ambientales y el carrito del supermercado aparece como pieza principal en el debate.

Los indicadores de calidad del aire muestran claros riegos para la salud, menos fumadores y más pacientes por enfermedades respiratorias agudas. La tasa de niños menores de 5 años muertos por cada 100.000 a causa de estas dolencias se ha multiplicado por tres en los últimos 10 años. Pero una semana de restricciones para carros y motos es más de lo que los propietarios pueden soportar, y la administración les tiene un temor reverencial a las tendencias en las redes sociales.

Poco a poco Medellín será el territorio de quienes no pueden pagar su huida hacia las alturas del oriente, Santa Elena o San Félix. Desde arriba los nuevos habitantes de los segundos pisos mirarán con algo de conmiseración a los ciudadanos de la ciudad que reverbera en ese fondo gris. Bajarán en carro cuando el trámite de un certificado ambiental los obligue.


 

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