Molière y sus colombianos personajes

Por: Andrés Quintero Olmos.

El autor francés Molière describió, a través de sus personajes histriónicos (el Tartufo, el Avaro, el Don Juan, el Misántropo, el Burgués Gentilhombre, etc.), a esas élites perversas que encarnan todo lo socialmente reprochable. Si Molière hubiese sido colombiano no hubiese dudado un minuto en burlarse de nuestra izquierda caviar (gauche caviar), personificada en ese periodismo bogotano elevado y parcializado. Esa que representa a toda la pedantería existente y que contiene a esos falsos sabios que pregonan, con sus camufladas recetas de humor, el odio hacia lo diferente, hacia lo “nazi”, dicen ellos.

Tenemos, entonces, en el seno de esta supuesta élite intelectual, al “Tartufo” que, a pesar de su familiaridad con el elefante, se permite juzgar hipócritamente lo que es moralmente aceptable, pidiéndole apartheid a cualquier actor político o judicial, a espaldas de su inexistente autocrítica.

Al “Precioso Ridículo” que pavonea, de vez en cuando, como bufón de la opinión colombiana con columnas chistosas y caricaturescas pero violentamente crueles, que no solamente hacen apología a la ridiculez de nuestros líderes, sino que son concomitantes al insulto y a la venganza política, porque el objetivo es tanto hacer reír como herir.

Al “Impostor” que, aunque se determine como de mente abierta, no permite que ninguna figura surja mediáticamente si es ajena al molde de sus linajes, en su más sabía y evaporada independencia periodística. Molière ya lo había descrito antes: “todo el mundo cree que soy un hombre de bien; pero la pura verdad es que no valgo nada”.

Al “Don Juan”, como la competencia que inventó SoHo, que gargarea de lo políticamente incorrecto, logrando unir sin éxito a Arcadia y a Playboy en un mismo contenido, y en la que su mayor resultado de seducción ha sido desnudar a la última cena y a Yidis Medina como estrella absoluta de su divina comedia y de su parcializada justicia.

Al “Avaro” que sólo les permite a sus condiscípulos de ideología y de ligereza mental escribir en los medios que dirige y que nunca le ha sacado una crítica positiva a sus adversarios.

Al “Misántropo”, el “progre” con la desnudez de las mujeres, pero el intransigente que no aguanta a los mordaces de lo bien-pensante, fruto mismo de su animadversión por todo idealismo que tenga olor disímil con sus propias convicciones: el intolerante con los tolerantes.

Al “Burgués Gentilhombre” que se permite criticar al país entero desde sus frías sábanas cachacas, ese mismo que jamás ha caminado, con sus medias blancas y chanclas fluorescentes, por el piso caliente de Colombia, y que nunca ha cuidado su pálida y monje calvicie del violento sol de nuestra nación.

Y al “Enfermo imaginario” que sólo atenúa sus burlas cuando sus compinches aceptan embajadas, que no le otorga a Pachito unas verdaderas aventuras de finanzas ilegales y que se intoxica todos los días de la semana con galletas enmermeladas en Club Social, porque, como indicaba Molière, “hay que comer para vivir y no vivir para comer”.


 

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