La justicia sin ética

Por: Andrés Quintero Olmos.

La semana pasada Moisés Wasserman escribió una excelente columna (“Los tranvías y la ética”, 14 de mayo de 2015, El Tiempo) sobre un experimento de la filósofa Foot: un tranvía va en dirección de cinco personas que irremediablemente va a atropellar; sólo existe una posibilidad de salvar las vidas de estas personas y es accionando una palanca que desvía el curso de este hacia otro carril donde hay otra persona. De esta manera, si se desvía el tranvía se produciría la muerte de una persona pero se salvaría la vida de cinco. De acuerdo con Wasserman, “en una encuesta amplia, el 90 por ciento…respondieron que era moral desviar el tranvía”. La filosofía tendría varias respuestas disyuntivas según el autor que se escoja, pero ¿qué diría nuestra justicia occidental?

Para nuestro derecho, suprimir una vida para salvar a otra puede ser moralmente aceptable. Bastaría con citar a la legítima defensa y al Estado de necesidad como causas justificativas de un hecho que por su intrínseca naturaleza es delictivo pero excusable según su contexto. Si cinco personas me atacan para matarme de manera injustificada, podría causarle la muerte a estas en el marco de mí proporcional y simultánea legítima defensa. En este caso, las vidas de estas cinco personas no serían tan sagradas, muy a pesar del Profesor Mockus.

Lo mismo ocurre con el caso del Titanic: en el pedazo de madera flotante no caben dos personas, Leo puede sacrificarse y ser el héroe o empujar a Kate al agua y salvarse a sí mismo. En esta última posibilidad, habría un estado de necesidad entre entes de igual ponderación objetiva que exoneraría de responsabilidad al victimario Leo. ¿Pero qué sucedería si se empujara a un niño de 4 años? ¿O qué pasaría si en la madera flotante sólo hay cupo para una persona estando cinco personas queriendo subirse a esta y ahogándose? Si una persona logra treparse y evita que las otras lo logren, ¿no estaría causándole la muerte a aquellas? ¿Cabría exoneración si usted está en las embarcaciones de emergencia y alrededor hay personas ahogándose y no los rescata por miedo racional a que se hunda su embarcación? Quizás, en algunos de estos casos, podría caber un estado de necesidad exculpante al existir el instinto de supervivencia.

En el caso del tranvía, este instinto está ausente. Sin embargo, la disyuntiva sigue siendo la misma: ¿es moralmente aceptable jugar a Dios y decidir si una vida pueda sacrificarse para salvar a otra u otras? En este caso parecería que fuese más legal y moral accionar la palanca. Si el objetivo es salvar vidas, pues el mal menor sería matar lo menos posible para salvar lo más posible. ¿Pero qué sucede si las cinco personas son terroristas de Al Qaeda y la otra persona es Gandhi? ¿Sería igual de valioso accionar la palanca? ¿Habría personas con vidas más sagradas? El eterno dilema que desaparece en la práctica de la justicia donde no juega la ética y en la cual un individuo puede ser un medio según el fin y donde el velo de la ignorancia (de todos iguales) nunca se aplica, muy a pesar de Kant y Rawls.


 

 


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