La hermana Alba Stella y su cruzada contra los horrores del conflicto colombiano

La hermana Alba Stella Barreto lleva treinta años mitigando los efectos del conflicto colombiano en Aguablanca, uno de los sectores más peligrosos y deprimidos de Cali (Valle del Cauca), donde miles de desplazados por la violencia armada conviven entre el hambre y la falta de oportunidades.

Cuando esta monja franciscana Stella llegó al distrito, allá por 1987, la zona era apenas un humedal en el que “algunos políticos estaban entregando a los más desfavorecidos pequeños lotes para viviendas a cambio de votos”, convirtiéndose en un reducto para la miseria, las bandas criminales y la segregación, tanto social como racial.

“Especialmente eran mujeres, quienes empezaron a hacer sus pequeños ‘cambuches’ (casuchas), hechos de cartón, plástico y chatarra. Yo llegué cuando esto ya estaba casi lleno, se les armó una ciudad dentro de la ciudad, y nadie se dio cuenta”, relata la hermana en conversación con Efe facilitada por International Women’s Media Foundation (IWMF).

Barreto pidió un permiso especial en Bogotá, donde estaba destinada, para dedicarse a los más pobres, influenciada por la Teología de la Liberación y las enseñanzas franciscanas, “una opción radical”, en la que ella asumió las mismas condiciones en las que habitaban los vecinos del distrito.

Empezamos con un trabajo pastoral desde la base. Tomamos la metodología de la Teoría de la Liberación, que son comunidades eclesiales de base, convocando a la comunidad como laicos comprometidos, y empezando a construir la ‘iglesia pueblo’, antes que la ‘iglesia edificio’. Veníamos de las altas esferas, y tuvimos que despojarnos de prácticas y de estilos de vida para aprender a vivir en las condiciones marginales acompañando a la gente. Algo que apreciaron profundamente.

Su labor se centró en la ayuda a la mujer empobrecida, en dotarles de independencia y capacitación, “rescatando y respetando su identidad, siempre a través de la equidad de género”. “Eran las mujeres quienes especialmente tenían la necesidad de crear un hogar, pero los maridos las obligaban a volver a casa a las cinco de la tarde para atenderlos. Empezamos a desarrollar dinámicas para que ellas no consintieran eso, y se trataran de igual a igual”, asegura.

Así, finalmente en 1992, nació la Fundación Paz y Bien, que ahora trabaja no solamente por las mujeres, sino también por los desplazados, los jóvenes en riesgo de reclutamiento por las bandas criminales y las víctimas de abuso sexual.

“La fundación nació entre víctimas. Porque la gente que se vino a vivir al distrito de Aguablanca eran víctimas. (…) Hace más de diez años trabajamos con desplazados, les apoyamos, porque cada uno tiene su propia historia y su propio dolor”, insiste la hermana.

Ella recuerda que allí se congregan víctimas de todo el Pacífico colombiano, que incluyen tanto afrodescendientes como indígenas, y otras zonas del país.

Con financiación internacional, la Fundación Paz y Bien ha logrado avanzar en proyectos como la dotación de microcréditos para el desarrollo familiar, además del proyecto Francisco Esperanza, por el que han pasado más de 1.400 jóvenes en riesgo de acabar en bandas criminales.

“El narcotráfico ha usado a los jóvenes de aquí, sumidos en la pobreza y en la falta de educación, induciendo a niños y adolescentes al consumo, para después hacerlos aliados o vendedores de droga. Y la respuesta del Estado es represión, en vez de crear oportunidades”, explica.

Además, desde hace 15 años, la fundación promueve la “justicia restaurativa” para delitos menores, trabajando con víctimas y victimarios, “desde la verdad”, reconociendo los delitos cometidos y recomponiendo la relación entre ambos “para también construir el tejido social”.

Según explica, “los culpables reparan su falta con trabajo social. Son situaciones de robo, agresiones personales, no asuntos de violaciones o secuestros, que son delitos mayores, y esos sí pasan por la justicia ordinaria”.

Ahora, con el proceso de paz entre el Gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), está desarrollando coloquios entre las víctimas para educarlas en los contenidos de los acuerdos y “que estén preparadas para la paz”.

Tras décadas de trabajo incansable en una de las zonas más complicadas de Cali, Barreto no tiene ninguna intención de abandonar su labor, nunca ha recibido amenazas y dice no tener miedo, al contrario, el gran reconocimiento de la comunidad parecen darle todas las fuerzas para continuar. Raquel Godos, EFE


Madres guerrilleras FARC

Archivo. Manuela (I) y Marta, miembros de las FARC. Febrero 18, 2016. AFP PHOTO / LUIS ACOSTA

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