El objetivo del ‘pleno empleo’

Por: Robert J. Samuelson. 

WASHINGTON – Con respecto a la política económica, estamos en una vuelta al futuro. Con la caída de la tasa de desempleo (5,5 por ciento en marzo), ha hubo un cambio de lenguaje. Se nos dice, cada vez más, que nuestro objetivo debe ir más allá del aumento de los puestos de trabajo. Nuestro propósito es el “pleno empleo”. Eso nos recuerda una época pasada, las décadas de 1960 y 1970, cuando la búsqueda del “pleno empleo” (originalmente definido como un 4 por ciento de tasa de desempleo) era el blanco dominante de la política económica. Esa búsqueda terminó de mala manera: una espiral salarios- precios, que llegó a un pico del 13 por ciento de inflación en 1980.

Nadie quiere repetir esa debacle. Pero los defensores actuales del pleno empleo dicen que la Reserva Federal puede enfatizar la creación de puestos de trabajo en forma segura por sobre la contención de la inflación, en parte porque la inflación es muy débil (los precios generales del consumidor no mostraron aumento el año pasado). También, se dice, la recuperación no ha sido suficientemente fuerte para que los trabajadores reciban aumentos importantes de salarios ajustados a la inflación. La Fed debe mantener su política monetaria de dinero ultra fácil hasta que precios o salarios más altos indiquen que la economía está tropezando con sus límites de producción.

He aquí cómo lo describe el ex secretario del Tesoro (bajo el presidente Clinton) Lawrence Summers: “La mejor política social es una economía de alta presión, en que las empresas busquen trabajadores en lugar de que los trabajadores busquen las empresas.”

O aquí tenemos a Jared Bernstein, ex economista del vicepresidente Joe Biden, promoviendo el “pleno empleo” en una conferencia, la semana pasada, organizada por el Center on Budget and Policy Priorities, que es liberal:

“[Favorecemos políticas que] nos lleven al pleno empleo y nos mantengan en él, con lo cual lo que queremos decir es [que se produzca] una apretada coincidencia entre el número de individuos que desean y necesitan trabajar, y el número de puestos de trabajo. [Eso asegura] … que los beneficios del crecimiento económico no se acumulen sólo en el tope … sino que se compartan ampliamente entre familias de todos los niveles de ingresos.”

Aunque la presión para el pleno empleo viene primordialmente de los liberales, algunos republicanos y economistas que no pertenecen a partido alguno presentan argumentos similares. Se dice a menudo que el período entre 1995 y 2000 es el mejor ejemplo de esa economía de alta presión. Durante esos años, los salarios medios ajustados a la inflación crecieron un promedio de un 1,5 por ciento anual, comparados con ningún aumento entre 1979 y 1995, expresa el Economic Policy Institute, de tendencia liberal. “Los últimos años de la década de 1990,” sostiene la entidad, “constituyeron el único período entre 1979 y 2013 en que el crecimiento de los salarios fue robusto y compartido ampliamente.”

¿Cómo interpretar ese hecho?

Primero, admitamos que realmente no sabemos dónde está el “pleno empleo”. Los economistas lo definen como una “tasa natural” de desempleo: la tasa en que los mercados laborales apretados comienzan a generar una inflación de salarios más altos. Los cálculos de la Fed de la tasa “natural” actual oscilan entre un 5 por ciento y un 5,2 por ciento de desempleo. A un 5,5 por ciento, parece que estamos cerca.

Pero supongamos que la tasa natural está más cerca del 4 por ciento. Si es así, no estamos cerca. A pesar de su etiqueta, la tasa natural no es natural. Refleja leyes (por ejemplo, el salario mínimo), instituciones (sindicatos) y la conducta de los trabajadores. En cualquier momento, la tasa natural es un cálculo informado de relaciones pasadas que podría ser anticuado.

La Gran Recesión podría haber reducido la tasa natural. Si los trabajadores están más preocupados por la seguridad laboral —como parece probable— las empresas pueden pagar menos para retenerlos en sus puestos actuales. En forma similar, algunos economistas sostienen que hay millones de individuos que abandonaron la fuerza laboral y que no son contados como desempleados, pero que aceptarían un trabajo si estuviera disponible. Estos cambios de conducta deprimirían la tasa natural. Pero no hay un consenso entre los economistas.

Después están los salarios. Algunos economistas actúan como si todo aumento salarial indicara un estallido inflacionario. Es simplista. La inflación que importa, en última instancia, es la de los precios de venta al por menor: alimentos, servicios, electrónicos y demás. Un aumento en los salarios no produce automáticamente un aumento en los precios. Algunos aumentos pueden quedar contrarrestados por una mayor eficiencia en las empresas; las presiones competitivas y la reducción en las ganancias pueden limitar otros incrementos de precios. Eso es lo deseable: que los salarios representen avances reales en el poder adquisitivo. Sólo cuando los aumentos salariales son tan grandes que sólo pasan a los precios más altos —de lo contrario las empresas arriesgan quebrar— se inicia una espiral salarios-precios.

Considerando esas incertidumbres, la Fed debe ahora errar en la creación de puestos. Las presiones inflacionarias son escasas; la fuerza de la economía parece frágil. Se la puede llamar “búsqueda del pleno empleo”, o lo que sea. Reconoce meramente que la economía aún se está recuperando de la Gran Recesión.

Pero no debemos engañarnos: Lo que se justifica a corto plazo no funcionará en el largo plazo. Asegurar un “pleno empleo” permanente en una “economía de alta presión” es un objetivo seductor. Es también utópico. Excede nuestro poder de administración económica.

La promesa de un pleno empleo constante presenta contradicciones internas. Si la gente cree que la prosperidad está garantizada, se comportará irresponsablemente, en forma tal que destruirá esa prosperidad. Eso ocurrió en los años 60 con la psicología inflacionaria, a fines de los años 90 con la burbuja de la tecnología y en la década del 2000, con el derrumbe de la industria de la vivienda. Las sociedades que siembran expectativas poco realistas cosecharán resultados destructivos.


© 2015, The Washington Post Writers Group


 

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