El blanco y el negro: reflexiones sobre el liderazgo y el poder

Por: Francisco Manrique.

“El poder más grande en una democracia reside en sus ciudadanos, de nosotros depende ceder parte de ese poder a buenos o malos gobernantes.” Cecilia Alvarez C.


El que haya llegado un personaje tan cuestionado como Trump, a la primera posición de los Estados Unidos, muestra una tendencia alarmante que se está viendo en diferentes partes del mundo. Me refiero a la calidad de los “dirigentes políticos” que están surgiendo, como consecuencia del impacto de las mega tendencias a las que he hecho referencia en mis cuatro blogs anteriores, y que están generando una gran incertidumbre y desconcierto.

Los cisnes negros son la única certidumbre que tenemos entrando el 2017. Me refiero a los eventos inesperados que nadie había visto venir. Este fue el tema de Davos de este año, que sirve de contexto para analizar el Brexit y la llegada de Trump.

Es evidente que este fenómeno no es de extrañar. Cuando hay un inmenso vacío de liderazgo, como el que se ha visto en las últimas dos décadas, y cuando los cambios se han acelerado dramáticamente, era inevitable que aparecieran personajes que le dieran voz al desconcierto de la gente, canalizarán sus miedos, y volcaran esas energías para destruir el orden establecido. No importa si en el camino se destroza el concepto de la verdad, y se ensalza la mentira, como instrumento para llegar al poder.

Quiero subrayar que me refiero a “dirigentes” y no “líderes” políticos, porque hay una lamentable equivocación relacionada con el concepto del liderazgo, que es muy grave, y que pretendo desarrollar en este blog. Pero para lograr este acometido, me parece fundamental hacer algunos comentarios relacionados con lo que significa la salida de Obama y la llegada de Trump al poder.

No sólo es una diferencia del color de la piel -negro y blanco- lo que separa a Obama de su sucesor. Pero tampoco son los estilos de gobierno, ni la ideología que profesan cada uno, ni del partido político al que pertenecen. En el caso del hoy Presidente ya posesionado, no tiene una ideología definida, y para lograr sus fines, se tomó por asalto al Partido Republicano. Y en cuanto a su estilo, ya ha dado varias pruebas muy preocupantes de lo que se puede esperar.

No, lo que está en juego en el caso del cambio en la cabeza de las estructuras políticas de los Estados Unidos, es un tema mucho más profundo. Toca elementos fundamentales del concepto del liderazgo relacionados con la visión, los comportamientos y la capacidad que tiene un presidente y su equipo de gobierno, para convertirse en unos modelos de rol para los demás. Los comportamientos, de quienes están en posiciones visibles de poder, moldean y legitimizan lo que es aceptable en una sociedad.

Obama salió de la Presidencia sin ningún escándalo, y siempre se mostró como un hombre de familia. Las viejas virtudes de la integridad, la decencia y el honor, son las marcas de este político que será extrañado cuando comiencen los escándalos en la era de Trump.


Trump liderazgo

Presidente Donald Trump, enero 20, 2017. Washington, DC. / AFP PHOTO / Mandel NGAN


En el discurso de Obama, antes de abandonar su cargo, mostró el porqué este “líder” político logró construir una imagen positiva que es valorada por mucha gente en su país, y por fuera de el, después de ocho años como el primer mandatario norteamericano afro de la historia.

En su discurso de despedida, Obama muestra a su país, desde un ángulo de muchos avances, pero que reconoce los grandes retos que enfrentan como nación. Siendo los principal de ellos, la fragmentación por divisiones raciales, supuestamente ya superadas, y el impacto de la tecnología, que es mucho más fuerte que el proveniente de la globalización, donde su país jugó un papel fundamental.

En su discurso, Obama invitó a todos los norteamericanos a asumir un rol mucho más activo de ciudadanía para defender los valores que han hecho de su país un referente para el mundo. Independientemente de los errores en su gestión, que los hubo como el manejo de Siria y su aproximación a sus opositores republicanos, el discurso es un ejemplo inspirador de un líder, que tuvo ocho años a ese partido, haciéndole la vida miserable por el color de su piel.

Como nos lo recuerda Felipe Zuleta en su columna del Espectador, lo que está en juego es la defensa de valores fundamentales que han sido los pilares de la cultura occidental, y no sólo la norteamericana: la fraternidad y los derechos humanos; el respeto a la razón y al conocimiento científico; el libre comercio; la libertad de expresión y de prensa; el respeto por las mujeres, los gays y las minorías.

En el discurso de Obama, uno de los tres mejores que tuvo durante su Administración, no sólo demostró porqué es un extraordinario orador, que inspira con sus palabras e imágenes, sino que hizo evidente cómo, un presidente, no sólo es el comándate en jefe, pero debe de ser el modelo de rol de una nación y símbolo de sus valores. Debe de ser alguien que consigue la admiración y el respeto, aún si uno no está de acuerdo con algunas de las políticas y resultados de su gestión. Obama se caracterizó por su “prudencia, intelecto y reserva” como concuerdan varios columnistas en medios nacionales y extranjeros..

En las marchas sin antecedentes, que se vieron la semana pasada en varias partes del mundo en contra de Trump, dos cosas quedaron muy claras: el rechazo que este individuo genera precisamente por ser imprudente, superficial en sus conceptos, conflictivo, sin freno para actuar, misógino y acostumbrado a mentir sin rubor. Esto constrasta con el ejemplo de Obama, cuyo comportamiento le granjeó la admiración, el cariño y la añoranza de la gente, razón por la que logró recuperar la imagen de su país después de la desastrosa gestión de su antecesor. Con Trump, se devuelve el péndulo con fuerza, y con consecuencias muy serias para lo que se había logrado de imagen a nivel mundial.

Insisto, el contrate con Trump no puede ser más notorio. Como lo menciona el New York Times: “es una persona que ha tenido cinco hijos con tres esposas, se enorgullece de sus infidelidades, no le importan los conflictos de interés y es un escándalo andante”. Y Meryl Streep le dio una dimensión adicional en la reciente ceremonia de los Globos de Oro: “La falta de respeto invita a la falta de respeto. La violencia incita a más violencia. Cuando los poderosos usan su posición para abusar de otros, todos perdemos”.

Pero lo más grave: este personaje es un narcisista “sin principios y con un compás moral roto” como lo describen el Economist. Trump, ha utilizado una visión muy distorsionada de la realidad americana, para poder fundamentar su discurso de “hacer de nuevo grande a America”, prometiendo devolver a su país los puestos de trabajo que ha perdido, recuperar el control de sus fronteras, repatriar la riqueza acumulada por sus empresas en el exterior, y volver al sueño americano.

En su discurso de posesión, y ante la presencia de cuatro de sus antecesores, no tuvo rubor alguno de seguir con la misma línea de mentir e ignorar los hechos, dando a entender que la situación de su país es un desastre, y que él iba a ser el salvador. En el escenario de la era de este demagogo que ha llegado a la Presidencia, sus seguidores pueden esperar milagros porque “el si sabe negociar y es muy inteligente”. 62 millones de zombies le comieron el cuento, como lo menciona un expositor en TED en esta semana, sobre el tema de la polarización política en los Estados Unidos.

En un análisis reciente en el NY Times, se muestra como los presidentes tienen mucho menos control sobre la economía de lo que la gente piensa. Su desempeño está más marcado por el momento en el ciclo económico en el que inician su periodo. No tienen ningún control sobre las fuerzas demográficas y tecnológicas que afectan la sociedad. Trump hereda una economía con el más bajo desempleo de los últimos diez años, aunque con unas tasas de crecimiento más bien bajas, pero mucho mejores que sus pares europeos después de la crisis del 2008. Le va ser muy difícil mejorar significativamente la herencia que recibió.

Para analizar mejor y proyectar lo que puede pasar, es conveniente repasar la historia reciente de los Estados Unidos, en el periodo de Nixon. Durante su mandato, explotó el tremendo escándalo del Watergate, por el espionaje a los demócratas durante la campaña en la cual resultó elegido como presidente, pero que con el destape de este bochornoso episodio, le costó el puesto. No deja de ser paradójico, que el espionaje sea el tema común que une a Nixon y a Trump después de sus respectivas elecciones. Pero hay una diferencia: al segundo tuvo la ayuda de los rusos, lo que seguramente explotará más adelante porque es una vergüenza nacional.

Estos dos casos muestran el profundo daño que un mal líder le puede hacer a las instituciones de un país, cuando este pierde el compás moral, se rodea de personas inteligentes pero sin escrúpulos, y sus partidarios miran para otro lado cuando se comenten fechorías sin freno. Cuando esto sucede, estas personas se niegan a aceptar la cruda realidad: un dirigente político, que da un pésimo ejemplo y comete actos ilegales para acceder al poder.

En el caso de Nixon , este utilizó los recursos de su posición, para tratar de ahogar a quienes se atrevieron a cuestionar sus actos, comportamientos y decisiones que tomó conscientemente. No sería de extrañar, que en el caso de Trump, se repita la misma historia.

Al análisis anterior, sobre la era de Nixon, escrito por Lexington en su columna sobre los Estados Unidos en el Economist de la semana pasada, menciona adicionalmente que “han habido buenos hombres que han sido malos presidentes como Cárter, pero que la Presidencia es el puesto equivocado para un hombre amoral”.

El comentario anterior es demoledor. Muestra un futuro muy incierto y tormentoso, durante los siguientes cuatro años con Trump, al mando de la nación más poderosa que hay en la actualidad, como lo reconocen propios y extraños. Se estará creando un inmenso vacío de liderazgo a nivel internacional, en momentos cuando los valores de la democracia y las instituciones, están siendo asaltados por todas partes. Y a nivel interno, se estarán sometiendo a las instituciones, y a quienes se oponen a Trump, a unas pruebas que no se veían desde la época de Nixon.

En diciembre escribí un blog sobre la inmunoterapia. Tengo mucha curiosidad cómo se va activar el sistema inmunológico de la democracia americana, cuando su cuerpo ha sido invadido por un cáncer como Trump. En el caso de Nixon, las investigaciones de dos periodistas destaparon el escándalo. Hoy, cuando los medios formales están tan golpeados, ¿quien ocupará su lugar?.

A la luz de los comentarios anteriores, me parece pertinente introducir un tema: el mito del líder fuerte, exitoso y admirado, quien logra lo que quiere, domina a sus colegas, concentra las decisiones importantes en sus manos. En las democracias, también significa que domina la agenda política y el partido. Existe en estos casos, la dicotomía entre el líder fuerte que es admirado y el débil que es compadecido, pero que es una manera incorrecta de ver el liderazgo.

Este tema es tratado de manera brillante por Archie Brown en su reciente libro sobre el mito del liderazgo fuerte. En el, su autor demuestra con mucha fuerza, a partir del estudio de casos de dirigentes políticos de todo el mundo, como la concentración de poder, en manos de un individuo, abre el camino a grandes errores y desastres.

Brown muestra como, en las democracias, hay la ilusión de que un líder dominante es un mejor líder. Pero también, como se percibe el liderazgo colegiado como una debilidad, perdiendo de vista las ventajas que esto representa. También hace una distinción importante: el buen liderazgo requiere de varios atributos cuyo valor depende del contexto, el tiempo y el lugar

Cuando el dirigente político busca atajos, porque presume que sabe más que los demás, los problemas se escalan a niveles inmanejables. Es el costo de no hacer el proceso debido, que implica consultar, escuchar y garantizar, que las acciones se hacen cumpliendo con la ley y respondiendo a la gente.

Brown menciona que el liderazgo fuerte de un individuo, concentra el poder de manera decisiva. Sin embargo, en cuanto más autoridad se acumula, la persona se siente indispensable. Su comportamiento se vuelve autocrático, y se pierde muy fácilmente el compás moral. En estas condiciones, los comportamientos pueden ser erráticos, incoherentes y destructivos. A medida que más decisiones son tomadas por una sola persona, hay menos tiempo para pensar en las políticas y en sopesar la evidencia para tomar mejores decisiones.

Las limitaciones de tiempo, impulsan a que las personas del equipo ejecutivo del dirigente político, comiencen a tomar más decisiones a nombre de “su jefe”, y este termina perdiendo el control de su gestión, se abren las puertas a la corrupción, en especial, por el ejemplo que reciben sus subalternos.

Los cambios en la percepción de la gente, de lo que es un comportamiento aceptable por parte de un presidente o un primer ministro, puede redefinir los poderes que ellos ejercen, y el ejemplo que dan. Este comentario es fundamental para entender el porque, los comportamientos de Trump en relación a las mujeres, los musulmanes, los mexicanos, etc., son tan dañinos. Los asaltos a minorías, que se han presentado recientemente después de la elección, son un reflejo de las consecuencias del ejemplo que reciben quienes lo siguen. Consideran legítimas sus acciones porque solo se están comportando como el presidente ya electo y en ejercicio.

Un comentario final. Brown menciona que: “en el contexto norteamericano, se ha hecho mucho énfasis en la velocidad y demasiada confianza en el buen juicio del presidente. Los riesgos de Seguridad Nacional hoy en día son mayores, y también son los riesgos de un mal cálculo y aumento del poder no justificado de quien tiene el poder. Por esta razón los juicios de los presidentes contemporáneos necesitan mucho más escrutinio”.

Y yo añadiría, los medios fueron los responsables de darle a Trump una exposición desmedida durante las campañas. Ahora el nuevo presidente ha declarado la guerra a los medios tradicionales. Será su responsabilidad demostrar el porqué se les llama el cuarto poder, cuestionando sistemáticamente a Trump, fundamentados en un trabajo muy profesional, cuando su credibilidad está muy débil, hay fuentes alternativas de información, y el Congreso tiene mayoría republicana.

Nunca había sido tan importante como ahora, profundizar sobre el tema del liderazgo político en la actualidad. Y muchos de los comentarios que he hecho en este blog, deben de servir para analizar y proyectar la realidad política colombiana de cara a las elecciones del 2018, y para entender el inmenso desafío de liderazgo que implica la implementación de los acuerdos de paz en los próximos años. Sobre estos temas los medios nacionales han pecado en materia grave por omisión.

PD: lo impensable también pasó, Xi Jinping, Presidente de China, tomó la defensa de la globalización y el libre comercio. Su metáfora fue el mensaje central en Davos: “Encerrarse en un cuarto lo protege a uno del frío y la lluvia, pero también impide que entren el aire y la luz”, afirmó el mandatario, de 63 años


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